Cada uno de nosotros teje con el fútbol una relación personal y distinta. Cada uno de nosotros espera una cosa de la pelota, cada uno de nosotros lo entiende de una forma única y especial. A su manera, hay quien quiere un equipo que gane y ya está, hay quien busca un pasatiempo cualquiera, hay quien piensa que le va la vida en ello y hay quien ve toneladas de monedas de oro en el estadio, que se antoja una piscina o una bañera. Hay tantos tipos de fútbol como personas hay, que cada cual elija el que quiera.

La relación con nuestro equipo tampoco es siempre la misma. La verdadera no es a menudo la que exteriorizamos, ni la determinan poses y banderas. La verdadera es la más íntima, la que asoma de súbito cuando menos lo esperas. La que carcome en las vigilias, la que no controlas. Con la verdadera te apañas tú solo, es incontrolable, quieras o no quieras.

Con el Castellón ando algo tibio, últimamente, desde la sacudida de julio. Desde que el club decidió ser una cosa normal, enterrar el potencial que le insinuaba un relato grande y original, desde que nos obligaron a ser como otros cualquiera. Es legal, porque así lo permiten las reglas, pero yo siento que se ha alejado del nosotros con mezquindad y de mala manera, y no solo lo siento yo por el feedback que me llega. El club enterró la memoria cuando aún estaba viva y ahí tengo un problema. Necesito creerme las cosas, no puedo evitarlo, no puedo con la injusticia, necesito pensar que el amor es de veras.

El Castellón es la novia que me dejó en verano. Quiero que le vaya bien, pero ya nada es como era. Rebajar el estruje emocional de mi rutina tiene una parte buena: vivo más tranquilo, no sufro tanto, he ganado en salud mental y me siento joven porque pienso que todo esto ya lo viví, todas estas cosas que hace ahora el club las conocí a finales de los noventa desde fuera. Entiendo también mejor a los viejos que me decían que la historia del Castellón es la historia de las oportunidades perdidas, como la del verano, que las excepciones son los momentos de plenitud y felicidad y lo normal era y es la mediocridad, la frustración y la refriega.

Bajo el fuego cruzado atravesamos siete temporadas en Tercera. Duele pensar que tanto dolor igual no mereció la pena, pero el fútbol es en algo mejor que las personas. El fútbol siempre te espera. Cojo fuerzas porque intuyo que nos volveremos a enamorar, pese a todo y quieras o no quieras, quizá en alguna primavera.