La exigencia de agua corriente para sus viviendas de parte de los vecinos de la urbanización de La Foia de Vilafamés nos trae al recuerdo la intrahistoria de la vieja finca de los Huguet. Aquella familia de viticultores era propietaria de una importante extensión de tierra próxima a la pedanía de la Barona. Allí, a finales del siglo XIX, la sequía fue tan extrema que ni las higueras de la partida sacaron brevas y la poca uva que se extrajo de las cepas fue directa al cup, para ser pisada con el cambio de luna. Entonces, el capataz observó que de la noche a la mañana el caldo comenzó a hervir y gritó: «Senyoret, el vi està fermentant!». Nada de eso sucedía, lo que no lograba entender es que la cuba estaba repleta de gusanos que, ese año, a falta de otros frutos, se habían cebado con la uva del senyoret y ahora se removían. El mas de la Foia contaba con dos aljibes, con capacidad para 80.000 litros, y, el hijo de Huguet Breva quiso abrir un pozo para atender a la parte baja. Como en la Barona los vecinos también tenían esa misma necesidad, fueron a unirse en la demanda al ayuntamiento de Vilafamés, al que pertenecían, con la advertencia de uno de ellos, que conocía la militancia republicana de don Gaetà, y le espetó: «Els 'culrojos' són moràrquics i no li l'autoritzaran».

Después, la Historia ya es bien sabida, ese Huguet marchó al exilio y sus posesiones las administró su sobrino Ramón María. Fue la ruina. Este iba gastando y malvendiendo, y la Foia cayó, en parte, en manos de un rico de València. A Gaetà, aquel paraíso le traía tan gratos recuerdos que, estando lejos del país, escribió los apuntes de su libro «Els valencians de secà», unas masoveries en busca del tiempo perdido. A su regreso, ya viejo, luchó por recuperar la hacienda, algo que logró de la mano de su primo el boticari Segarra. El trato era que Gaetà sería usufructuario hasta su fallecimiento. Días antes de morir Huguet, en 1959, supo por boca del amigo Ferran Sanchis del estudio que proyectaba la realización inminente del trasvase del Ebro hasta las tierras de Castelló. El anciano, como si aquella noticia hidrográfica todavía pudiera retornarlo a la vida, exclamó: «Ai, si jo poguera encara transformaria la Foia en regadiu». La realidad fue más tozuda, Gaetà falleció y su finca en pocos años se transformó, sí, pero en una urbanización de parcelas sin agua. Era el sino de los nuevos «valencians de secà», que ahora se quejan por la falta de agua corriente.