El padre Antoni Torre, antiguo jesuita y cura seglar adscrito al convento de Sant Blai de Borriana, fue el capellán que asistió a la reo Pilar Beltrán en la vigilia de su ejecución. Había salido de la Compañía en plena posguerra, después de manifestar su malestar por la falta de piedad de sus superiores hacia las víctimas de los juicios sumarísimos. Él sí que se compadecía, también de la llamada «Envenenadora de Valencia», que en realidad era natural de Bejís, en el Alto Palancia. La mujer tiene el honor de haber pasado a los anales de la Historia negra por ser el último garrote vil femenino de España. Esta criada había matado, uno tras otro a los respectivos señores de las casas donde servía, a base de pequeñas dosis de veneno para las hormigas administrado en las infusiones. La Justicia la sentenció a cumplir la pena capital.

Los que conocieron al sacerdote le escucharon contar cómo aquella asesina múltiple creyó hasta el último minuto que le llegaría el indulto y cómo, en el momento que fue conducida ante el verdugo, cantó muy bellamente un motete religioso.

El caso del carabinero fusilado

La historia de otro ajusticiado, en este caso ante un pelotón de fusilamiento, sucedió a principios de los años 20 en la ciudad de Castelló. En aquella ocasión, el reo era un carabinero destacado en la zona de costa de Orpesa. Fue acusado de haber abusado de una menor y de asesinarla, posteriormente, de un disparo del arma reglamentaria. Él se declaró inocente, aunque en el acto de la detención se comprobó que le faltaba una bala. Para su descargo alegó que estaba cazando un conejo en las inmediaciones del suceso luctuoso, muy cerca del túnel del ferrocarril. El animal de monte nunca apareció.

Transcurridas dos décadas, en los años 40, y también en Orpesa, un moribundo reclamó la presencia de mosén Samuel, alias Mosca. Éste acudió hasta el lecho de muerte de este vecino para confesarlo con su trompetilla de caña -pues estaba sordo- y darle la extremaunción. Para su sorpresa, el anciano, cuando ya estaba a punto de expirar, eximió al religioso de preservar el secreto del sacramento. Al contrario, su voluntad expresa era que el capellán de la Rivera comunicara a las autoridades que el abuso y asesinato de la niña no lo había cometido el carabinero, injustamente fusilado, si no él. «Mossén, ara ja no li puc tornar-li la vida, però, encara puc tornar-li l'honor!». «Ego te absolvo».