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Reportaje

La ilusión aprende de la experiencia

Los aspirantes aprenden a manejar bien la pértiga y a controlar el centro de la barca

Pascual junto a los dos alumnos en el curso de barquero en les Coves de Sant Josep. Javier Peñarroja

«¡Llama al agua!¡Llama al agua!». Estas eran las indicaciones de Pascual a los dos alumnos para poder acreditar su capacidad de conducir las barcas que cada día desde hace más de diez lustros reciben en les Coves de Sant Josep a visitantes de todos los rincones del planeta. Y allí remaba Alberto, mirando a todas partes. Controlando la profundidad, controlando la distancia a las paredes; pero, sobre todo, controlando el centro de la barca.

Y Samuel espera su turno ansioso; y esto se nota cuando el joven no puede parar de mirar a todas partes, y de pasarse las manos por las piernas. «Llevo toda la vida aquí. Aquí tengo a mi madre trabajando, y mi vida ha estado ligada a les Coves desde siempre que recuerde, y me gustaría trabajar aquí algún día» nos dice con una sonrisa. Porque si estas paredes hablasen, podrían contar miles de historias, pero no; están en un silencio único. Un silencio que ahora se rompe al paso de las barcas con los alumnos y los monitores.

Aquí no se rema, porque no hay remo. En les Coves de Sant Josep se «manxa» con la pértiga. La pértiga no tiene la aleta en la parte inferior, sino que es un bastón largo con puntas de caucho o goma para poder impulsar la embarcación contra las paredes de la cavidad. Alberto sigue mirando, con la pértiga en la mano a todas partes, y Pascual le recuerda que mire el centro de la barca, porque Pascual se ha dedicado durante 37 años a trabajar dentro de la cueva, aunque «durante los 37 años le ha gustado siempre este trabajo, no lo cambiaría por nada», y recuerda cómo aprendió a conducir la barca, «cuando empecé aprendíamos con piraguas, y cuando sabías llevar la piragua te llevaban directamente a la barca con gente ¡Unas barcas de madera que pesaban como un demonio!».

Manías con la experiencia

Cuando atracamos en el embarcadero Alberto escucha a Pascual, quien confiesa que «cada barquero tiene sus manías, se impulsa en un mismo sitio, atraca con su propia técnica€» y que Alberto y Samuel también tendrán las suyas, que es el valor de la experiencia. Y antes del cambio de alumno a la pértiga, en ese momento de silencio, te das cuenta de que este trabajo se aprende de la experiencia, la que sólo pueden aportar quienes la conducen día a día, quienes han sido sus guardianes durante décadas como Pascual y tantos otros.

Es el turno de Samuel, quien mira al centro de la barca para sacarla. De repente nos cruzamos con Nuria, otra alumna del curso. «No se necesita mucha fuerza física», nos responde en voz alta, «lo que más te ayuda es conocer el recorrido, la profundidad de cada zona, etcétera». De hecho, mientras Samuel sigue mirando a todas las paredes con atención, Alberto dice en voz baja y mirando al techo «si sólo visitarlo ya lo es, para cualquier amante de la naturaleza es un sueño trabajar aquí».

Veinte alumnos y alumnas que, quién sabe, pueden optar a un puesto de trabajo en un lugar único. A los que se les motiva día a día, tal como parece cuando se ve la ilusión que despierta en ellos y ellas el simple hecho de estar realizando el curso. Tania Martínez, trabajadora incansable de les Coves, se enorgullece de ver como «a más de la mitad se le ven maneras. Cosas que se notan cuando cogen la pértiga, cuando cambian de lado€ Este puesto tiene futuro con gente como ellos y ellas».

Y allí marchan Pascual, Samuel y Alberto. Mirando el centro de la barca, empezando sus pasos en lo que puede ser un lugar de trabajo único. La experiencia, las ganas y la ilusión en una barca que recorre las entrañas de la tierra, aprendiendo a familiarizarse con el lenguaje del agua y de la arcilla. Llamando al agua.

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