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El mensajero no es tan inocente

Quienes sobreviven, o bienviven, ejerciendo una profesión no se cuestionan la ética íntima de determinadas actitudes relacionadas con ella, menos la cotidianidad imitativa de sus acciones; cuando esta profesión es el periodismo, a menudo vocacional, tan imprescindible como hipermusculado en estos tiempos de inmediatez estúpida que nos convierte en esclavos de la actualidad, en autómatas que presumen de lo instantáneo en detrimento de lo asentado, la reflexión sobre su contribución a la crispación social, circunscrita a lo español, no tiene demasiado recorrido en este imperio circense de dominación mediática.

No me caben dudas de que los medios tienen una buena parte de culpabilidad en este crescendo de putrefacción política española que ha acentuado la inquina que se profesan, a pie de calle, los dos bloques ideológicos tradicionales patrios (y planetarios, por condición humana), izquierdas y derechas, conservadores y progresistas, rojos y azules.

Dotar de un micrófono permanente a aspirantes a mesías, alcoholizados de ego, como Casados y Riveras, como Aznares y Felipes, como Sáncheces e Iglesias, reproduciendo cada una de las declaraciones premeditadas destinadas a crear tendencia, ideario o animadversión a sabiendas de lo maleable de la ciudadanía, es contribuir a la mediocridad general de la sociedad haciendo preponderar el lado abyecto de la política sobre el resto de segmentos que conforman la vida.

Siguen sin caberme dudas de que la capacidad de propagación del periodismo incendia la sociedad a través de la polarización de sus individuos. Para contrarrestar este aserto esgrimirá la prensa que ella ha descubierto y denunciado buena parte de las malas prácticas, de las usuras, dolos, engaños, nepotismos, desfalcos, hijodeputadas, trinques, desbarres y felaciones del poder político durante demasiados años de impunidad judicial, policial y guardiacivilesca; que sin su colaboración este país seguiría en manos de trileros y meapilas con mando en BOE, de pederastas y dinamiteros de la igualdad. Y sí, es innegable la contribución de los medios para desguarnecer las murallas de la corrupción. Y sí también, resulta inatacable su atención permanente, quizá con la intención de significarse sobre una competencia superpoblada con ánimo de obtener audiencia, para seguir husmeando en la basura para detectar cordones umbilicales abandonados.

Pero no basta con lo anterior para justificar su rol de amplificador de la mediocridad política, no basta su histórico de olfatos confirmados para dejar de recriminarle su papel vergonzante de machaque continuado al que somete a su audiencia con las mismas naderías repetitivas de Casados y Riveras (como ejemplos de la reiteración sistemática de mantras diseñados para ingresar en el córtex de los súbditos de Felipón VI) informativo tras informativo, edición tras edición, tertuliano tras tertuliano.

Los medios se han especializado en la reposición sistematizada de las palabras de los líderes de los partidos sucediendo a sus mismas anteriores, lloriqueantes unos por mantener el poder, otros por ocuparlo, aportando con esta práctica expansiva dosis lenta de cicuta que ha acabado por contaminar los idearios individuales y propiciar que unos se envuelvan en la bandera hasta para acudir a los burdeles y otros nos sigamos limpiando los mocos con un trapo que ha dejado de ser unitario como símbolo de país, porque los símbolos ni se imponen ni se fuerzan, se ganan su respeto a fuerza de neutralidad.

¿Qué sería de Casado sin televisiones que cubrieran sus actos? ¿Qué sería de su pomposidad, de su sobreactuación, de su fatuidad, de su intolerancia belicista hacia el disidente con el orden establecido, el suyo, si no recogieran su acciones cámaras, micrófonos o móviles de becarios y no becarios al mayor exponente ávidos por retornar a sus redacciones para expandirlas a la patria del líder Popular?

¿Necesitamos que La Sexta organice batallas políticas de gallos condicionados por los mentores, por los manipuladores de conciencias para obtener audiencia y contribuir al posicionamiento exaltado de los espectadores?

¿Se cuestionan La Razón, El Mundo, ABC, Jiménez Losantos, Herrera, 13TV y otros artificieros de la equidad informativa la pestilencia que desprenden, el encono que producen en los de su facción y la contraria, a unos insuflándoles españolina en vena, a otros exaltando un sentido de la libertad que no se somete a lo heredado?

La correa de transmisión de los medios no es en absoluto inocente o inocua. Las noticias surgen con el sesgo editorial inherente a la ideología de quien timonea, en última instancia, la cadena, periódico o emisora, a menudo los sectores vinculados al capital y por ende defensores del conservadurismo, de que las transformaciones no sean abruptas, incluso de que no sean, para mantener esos privilegios que acompañan a quienes han conseguido acoplar las leyes a sus intereses. A esa conexión entre las élites económicas con escaso afán evolutivo y social y la política se debe la proliferación de medios vinculados con la derecha tradicional en esta monarquía simpatizante, por borbónica, con las oligarquías, pese a lo emotivo que saluda la pareja real cuando se apea del Rolls.

Quienes urden las claves su propia continuidad al frente de la sociedad, conocen sobradamente que la reiteración de las consignas procura conciencia colectiva, que lo simple cala porque acciona los mecanismos de entendimiento hasta de los más zafios, de ahí que promuevan una comunicación basada en pocas ideas, pero sostenidas en el tiempo, repetidas hasta la náusea en cualquier comparecencia, y ya se ocuparán los medios de distribuirla, amplificarla y ponerle su lazo en un ejercicio calculado de sometimiento colectivo.

Uno de los paradigmas de la anterior práctica viene dado por el martilleo de las bondades de la Constitución, de su invulnerabilidad y su concepción como marco regulador deífico. Cualquier intento por subvertir sus postulados, cualquier regeneración que se proponga desata las llamaradas de quienes se sienten confortables bajo su paraguas. A esos mismos "ultrancistas" les insto a que en lugar de utilizar sus tabletas, móviles, o Mac de última generación, que vuelvan a las primeras versiones del ordenador que fraguaron Jobs y Wozniak cuando fundaron Apple; a la postre nuestra constitución y aquellos ingenios norteamericanos son contemporáneos, y mientras la Ley se complace en su enroque, la tecnología evoluciona para adecuarse al planeta a acomodarnos en él. Sí, ya, esgrimirá Casado que no son magnitudes comparables, y lo esgrimirá cien veces para inocularlo y continuar con su aforamiento, con el sostén de una Corona anacrónica y con la ambigüedad que destila el texto de los textos para manipularla al antojo de quienes se valen de ella para maniatar rebeliones que no son sino libertades sofocadas.

Una semana, incluso tres, sin periódicos, sin informativos, sin Twitter y sobrevendría esa paz social de la que tanto estamos necesitados para admirar a las desatendidas montañas cercanas.

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