El último ejemplar en vuelo de la mariposa Apolo («Parnassius apollo») del que se tiene constancia en el Parc Natural del Penyagolosa se detectó en 2006, para declararse como especie extinta en 2010. Situación que no varió hasta 2018, cuando técnicos de la Conselleria d'Agricultura, Medi Ambient, Canvi Climàtic i Desenvolupament Rural, en colaboración con el Institut Cavanilles de Biodiversitat i Biología de la Universitat, empezaron a desarrollar un programa para su reintroducción. Los pesticidas y el abandono de usos tradicionales como el pastoreo han jugado en contra de este «fósil viviente», seriamente comprometido por el cambio climático. «Un aumento de la temperatura haría inviable a largo plazo su supervivencia», tal como relata Joaquín Baixeras, profesor de zoología en la UV. Señalada como «vulnerable» en el Catálogo Valenciano de Especies de Fauna Amenazada, de ahí que se apostara por desarrollar planes de conservación en el segundo pico más alto del territorio valenciano (1.813 metros).

Desde 2015 viene trabajando el Institut Cavanilles en la mejora de las condiciones de supervivencia de la Apolo, primero con la localización y estudio de varios núcleos poblacionales en zonas de incidencia de parques eólicos y línea eléctrica, en colaboración con la empresa Renomar. Algo que evidenció la existencia de grupos importantes de la especie en los límites de Vilafranca, Castellfort y Ares del Maestrat, que además podían soportar extracciones de individuos inmaduros sin efectos detectables. Aunque el área a colonizar es concreta y de escasa extensión, el inconveniente es que no existe una zona «alternativa», por lo que debieron concentrarse los esfuerzos necesarios para garantizar el éxito de la recuperación.

Como tarea previa a la «puesta» de las larvas, se trabajó en la repoblación de las especies vegetales de las que éstas se alimentan, conscientes de que el recubrimiento de «Sedum album» y «Sedum sediforme» -conocidas popularmente como uva de gato o raimet de pastor-, es «insuficiente» en las zonas despejadas del parque.

Solo una gestión del hábitat puede mejorar las condiciones de supervivencia de la Apolo, por lo que se eliminaron los céspedes de gramíneas («Brachypodim retusum»), respetando especies como «Juniperus», «Thymus» o «Arenaria». En julio de 2018 llegaría la recolección de las hembras para dar lugar a la población germinal del proyecto, y después la recogida de huevos con su instalación en contenedores. A principios de febrero de este mismo año se detectaron las primeras larvas eclosionadas, que se transfirieron a otros contenedores. Cuando alcancen la longitud de unos tres o cuatro centímetros serán liberadas en las parcelas de Lloma Belart, donde se realizará el seguimiento de la transformación hasta la fase de adultos.

«Las tareas han ido bien, aunque habremos de insistir en años sucesivos, pero básicamente hemos hecho todo lo que se podía hacer en un año y con los medios de que disponíamos. La Apolo es una especie adaptada al frío, un recuerdo de las glaciaciones que de milagro aún se mantiene en nuestras latitudes», explica Baixeras. «Sin duda ya ha sufrido desplazamientos poblacionales importantes en el pasado, con períodos de extinción y regreso a determinados lugares», señala. Ahora habrá que esperar a 2020 para evaluar el éxito de este tipo de iniciativas.

Estrategias de conservación

El abandono de los usos tradicionales de la tierra, con la reducción de la ganadería, la pérdida de grandes herbívoros y la reforestación, han ido restringiendo el hábitat disponible para esta especie, cuya distribución solo llega ya a algunos enclaves elevados de la Península, interior de Castelló y València, especialmente en el Rincón de Ademuz. «Es en estas zonas donde podemos hacer un seguimiento más claro de cómo va desapareciendo y donde podemos desarrollar estrategias de conservación que pueden ser en el futuro muy útiles en territorios más amplios», apunta Baixeras.

En la misma línea incide Miguel Ibáñez, director-conservador del Parc Natural del Penyagolosa, quien recuerda que es la primera vez que se apuesta por este tipo de reintroducciones. «Es algo que se ha hecho en Polonia o Finlandia, pero aquí nunca, por lo que habrá que esperar al menos un año», manifiesta. Según Ibáñez, lo lógico es que esas larvas produzcan los capullos en el mes de mayo, para ver los primeros ejemplares en vuelo entre junio y agosto, especialmente en julio. Aunque todo dependerá de las temperaturas. «Han eclosionado muy pronto por el calor, pero si se diera una helada podría ser letal», comenta Ibáñez, quien valora positivamente que el Consell haya invertido en el Penyagolosa. «Hay que valorar lo que este tipo de apuestas suponen para la biodiversidad de espacios tan emblemáticos», concluye.