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Magdalena a la contra

La Romería mal

La Romería mal

La Romería es un acto que choca con el esqueleto mental que rige mi vida: hay que madrugar un domingo y andar mucho para después volver al mismo sitio. La Romería va contra la evolución humana. Yo he subido cuatro veces en mi vida.

La más rara fue una con mi novia y sus amigos. Fue la más rara porque no pasó nada raro. Fuimos, almorzamos, fuimos más allá, comimos y volvimos. La Romería bien. Acojonante.

En el instituto subí con Emilio y Pepe. Emilio todavía podía meterse el puño en la boca y a Pepe le llamábamos Pope porque estaba gordo. A Emilio ya no le cabe el puño en la boca y vive en París. Pepe está flaco y vive en Londres. Por coherencia debería irme a vivir a Burriana.

Aquel día subir a la Magdalena nos pareció poco, así que seguimos andando y llegamos a Benicàssim. Apareció Borja, o ya venía con nosotros, no me acuerdo, y acabamos jugando fútbol en la playa, enfrente de su apartamento en Eurosol. Habíamos comprado demasiada bebida y ninguno de nosotros podíamos volver con ella a casa, así que tuvimos la genial idea de enterrarla bajo la arena. Entre la caminata, el fútbol y la excavación se podría decir que jamás he trabajado tanto como aquel día. La Romería mal. Espero que las botellas sigan ahí y mis hijos las desentierren algún día.

Con el colegio subí una vez con Agramunt, Busi y otros. Quedamos absurdamente pronto, a las cuatro de la mañana o así, muy de noche, como si nos fueran a quitar el sitio. Mis padres me despidieron como si fuera a la guerra. Algo de eso hubo: por el camino se nos ocurrió volear mandarinas, con tan mala suerte que una pieza fue a parar a un grupo de macarras que iban delante, a unos treinta metros. El capo del grupo vino a pedir cuentas, y nosotros nos encogimos de hombros y juramos que no habíamos sido. El capo iba y venía, y cada vez parecía menos convencido. Entonces, en un acto heroico para la historia de los actos heroicos, Agramunt, Busi y yo decidimos huir de vuelta a Castelló, dejando a los otros solos ante el peligro.

Sin mirar atrás, volvimos a los recreativos y de ahí a la pizzería Cánovas, que estaba en el pasaje. Al regresar después a casa recordé que llevaba dos bocadillos en la mochila, y tiré uno para disimular ante mi madre. Ni siquiera sabía de qué eran. Cuando llegué a casa mi madre me preguntó qué bocadillo había comido. Me la jugué con la opción tortilla, pero resultó que el de tortilla es el que estaba en la mochila. Mi madre lo vio y me preguntó si era imbécil o había bebido. Las dos eran respuestas correctas.

La cuarta subida no me cabe. Fue el día que murió Michi Panero. Íbamos en coche y lo decían por la radio. El nombre nos hacía gracia, jajaja, Michi: seguíamos imbéciles y bebidos. Descubrí con Michi el concepto 'escritor sin obra', que me gustaría ser eso, que me pareció lo máximo. Mucho más que ir a la montaña a comer un bocadillo. Por suerte ahora siempre trabajo los domingos.

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