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Reportaje

Viaje inacabado al centro de la tierra: Les Coves de Sant Josep

Un grupo de expertos espeleólogos y topógrafos se han adentrado de nuevo en las cavidades de las grutas de Sant Josep para continuar con la exploración de las galerías en busca de nuevos descubrimientos

Viaje inacabado al centro de la tierra: Les Coves de Sant Josep

La visita a Les Coves de Sant Josep es un obligado tributo a la naturaleza y a nuestro atávico magnetismo hacia la tierra. El visitante parte del embarcadero en el que sube con cuidado a la barca, y aquello zozobra.

La iluminación azulada dibuja las formas que el tiempo ha esculpido en las paredes y empieza a inundarse el alma de querer llegar más lejos. Visitarlo con la nueva iluminación es toda una experiencia novedosa incluso para el visitante experto, que queda absorto al observar las playas arcillosas que la transparente agua deja ver perfectamente bajo la embarcación.

«Cuidado con la cabeza» es prácticamente lo único que se oye en un trayecto en el que el silencio es el resultado de la impresión del lugar a los ojos del visitante. Verdes, azules, marrones... es la paleta de colores que ven nuestros ojos. Formas únicas, una sensación de magia inigualable. De repente, tras el trayecto que hacemos andando en la galería seca, nos espera un barquero. Pero hoy no vamos a dar la vuelta, como establece el trayecto. La luz se apaga y acompañamos a los espeleólogos en un viaje de exploración en el que están descubriendo la continuación de esta cavidad.

La paleta de colores se ha desprendido de su brillo y una tira de luces frontales en las cabezas de los exploradores guían el camino que vamos a seguir. Durante el trayecto reina el eco con el que nuestras pisadas desafían al silencio secular de las salas. Sólo un puñado de valientes atraviesan estos pasillos recubiertos con barro y arcilla. Nuestros pies se hunden en el barro y las playas de cantos rodados y todo resbala.

Tras nosotros van una pareja de topógrafos que llevan desde las seis de la mañana escaneando cada centímetro de las paredes para establecer un mapa de alta fidelidad a la realidad. Y ahora ha llegado el momento de escalar toneladas de piedra arcillosa en plena oscuridad. Los pies se resbalan de las paredes, las manos se aprietan contra las cuerdas, pero no podemos dejar de mirar aquello que nos deja iluminar nuestra luz frontal de la cabeza y pensar de la inmensidad de aquel lugar y de nuestra pequeñez.

Seguimos subiendo y bajando los bloques desprendidos del techo entre pasillos en los que cuesta pasar de lado, y los pies vuelven a resbalar con la densidad del barro del suelo, y las cuerdas se convierten en nuestro salvavidas, la respiración se acelera y la concentración por no caer ocupa nuestro cerebro.

De repente, el corazón golpea más fuertemente el pecho al descubrir lo que nos esperaba tras este duro tramo de cuerdas y barro. El techo se encuentra lleno de diminutas estalactitas blancas que brillan cuando la luz de los frontales las acarician. Ese color perlado de las excéntricas, nombre que reciben estas pequeñas formaciones, al brillo de nuestras luces contrasta con la oscuridad que dejamos tras nosotros.

Profundidad de las cuevas

Y empieza el espectáculo: coraloides, gours, estalactitas, estalagmitas, excéntricas, macarons... Las miles de excéntricas parecen estar vivas y en movimiento, los grandes conos de la caverna sientan su sabiduría cayendo sobre el suelo y la sensación de estar descubriendo algo es indescriptible.

La belleza nos rodea a cada centímetro y los ojos pasean al roce del barro deslizándose en cada recoveco, en cada una de las miles de formaciones geológicas que hay por doquier.

Llegamos a nuestro destino en el primer sifón. Hemos transportado unas mochilas con todo el material necesario para que los espeleobuceadores emprendan su viaje a descubrir nuevas galerías, nuevas rutas por las que circula el agua, la cual todavía no sabemos de dónde procede. Y empieza el ritual: a la entrada nos pidieron silencio cuando se estuviesen preparando, y a modo de liturgia procedemos a observar.

Llevan todo lo necesario por partida doble, para poder actuar ante cualquier complicación. Se miran, hablan, repasan el material, prueban los instrumentos... todo ante nuestra mirada silenciosa. No puede haber ningún fallo de comunicación, ni ningún elemento sin revisar. Se despiden, nos despedimos, y se hunden para adentrarse en el sifón y seguir el camino bajo el agua.

No sabemos si descubrirán el origen, o si descubrirán una nueva galería, una nueva sala, incluso una salida al exterior. Aunque ver con la profesionalidad, la entrega y el respeto con la que actúan este grupo de espeleólogos bien vale haber pasado aquellas cuerdas resbaladizas.

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