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Magdalena a la contra

Una excusa cualquiera

Los problemas casi siempre asoman de la misma manera. Si eres policía, y esto lo sé por las películas, los problemas llegan por teléfono. Estarás en la cama leyendo un libro al lado de tu pareja, irás a apagar la luz después de una agotadora jornada de trabajo, estarás a punto de descansar y sonará el teléfono de urgencia. Saldrás de la cama, acudirás a la escena del crimen, te fumarás un pitillo y resolverás la investigación con éxito, a no ser que ese día fuera tu último día de trabajo, a no ser que estuvieras a punto de jubilarte, que en ese caso morirás porque te pegarán un tiro, claro.

Si trabajas en un periódico, como yo, los problemas asoman a viva voz. Tu jefe pega un grito y te llama al despacho. Aquí tenemos dos opciones. Te echan la bronca por hacer algo mal o te piden que hagas algo. Yo casi prefiero lo primero, porque solo un tarado piensa que siempre hace bien su trabajo. Pero casi siempre es lo segundo. Estarás en tu silla perdiendo el tiempo con el Twitter y el Whatsapp, irás a cerrar sesión después de una insulsa y por tanto gran jornada de trabajo, estarás a punto de irte a casa y sonará el grito del despacho. Te levantarás de la silla, acudirás a la escena del crimen, cogerás un papel y un boli para disimular y caerá sobre ti el encargo, a no ser que estuvieras a punto de jubilarte, que en ese caso, bueno, ese caso no existe. Nunca nos jubilaremos a este paso.

Después del último grito me cayó este encargo. «Nueve textos, la Magdalena desde los ojos de un guiri», me dijo el jefe, aunque al final acabaré haciendo lo de siempre, pero metiendo cosas de la Magdalena con calzador a ver si cuela.

La propuesta debo reconocer que no estaba mal tirada, soy un poco guiri en mi propia ciudad. Porque mi jefe sabe que de niño nunca salí en el Pregón, que mis padres nunca me llevaron a la Romería, que nos íbamos casi siempre fuera, que no éramos de ninguna gaiata y de ninguna colla, que desconozco el origen y el motivo de la mayoría de actos, que una vez me regalaron unas palas de boli y las usamos para pegarnos palazos, que para mí la Magdalena ha sido históricamente, en el mejor de los casos, una excusa para salir de fiesta durante diez noches seguidas, una excusa muy cara, una excusa feliz y cualquiera.

Saber que existen más castellonenses como yo siempre ha sido un consuelo. Nueve textos. Aún no sé de qué hablaremos, pero ya me queda uno menos.

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