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Reflexiones urbanas

Fichar

Todo el mundo anda revolucionado porque se va a tener que volver a fichar en los trabajos. Digo volver, porque no es una cosa nueva. Yo estuve haciéndolo durante más de 25 años, y cuando se fichaba se pagaban las horas extras y se podía calibrar sí esas horas eran estructurales, con lo cual hacía falta aumentar la plantilla o, por el contrario, eran por aumentos de la carga de trabajo temporales. Cuando dejaron de pagarse las horas extras, apareció un nuevo término: "prolongación de jornada", que solamente escondía el abuso de los empresarios ofreciendo el chocolate del loro: si prolongabas jornada no te despedían o acumulabas puntos para un ascenso. Además el empresario se ahorraba una buena cantidad de dinero, con el consabido fraude a la Seguridad Social y a la Agencia Tributaria. Echen ustedes cálculos: si se hacen dos millones y medio de horas extras semanales sin pagar, cuánto dinero supone que dejan de percibir los trabajadores; cuánta riqueza deja de repartirse a la sociedad; cuánto se deja de cotizar a la Seguridad Social y Hacienda, a costa del trabajo sin remunerar. Por no decir, claro, que no pagar las horas extras sólo tiene un beneficiario: el empresario y los millonarios beneficios que tienen las grandes empresas en nuestro país.

No creo que exista un problema técnico para que los trabajadores fichen a la entrada y la salida de sus jornadas laborales. En las grandes empresas, como pueden ser los bancos, por su puesto que no. Ni siquiera en las medianas y las pequeñas, por muchas modalidades de jornada laboral que existan. Es tan fácil como marcar cuando se entra y volver a hacerlo cuando se sale, aunque haya varias entradas y salidas a lo largo de la jornada. De lo que se trata es de poder saber si un trabajador, al final del día, ha hecho las horas que le corresponden o no, y si las ha sobrepasado, se las han pagado. ¿Alguien se puede creer que en una sociedad altamente informatizada, en la que se puede operar a mil kilómetros de distancia con un simple ordenador, es creíble tanta dificultad para controlar que las jornadas de trabajo se cumplen? Y si realmente lo hubiese, implantemos el sistema antiguo de reloj y ficha, que es barato y efectivo.

Siempre que se trata de implementar una medida que favorezca a los trabajadores surgen dificultades de todo índole como setas en otoño. Además, no acabo de entender por qué fichar va a ser perjudicial para la economía. Eso que algunos empresarios han dicho sobre el peligro para la productividad, no deja de ser una visión muy española de los negocios, que sólo enfocan los aumentos de la productividad ahorrando costes o explotando a los trabajadores. Tercer mundo, vamos.

Lo que se esconde detrás de tanta dificultad impostada es el miedo a que las relaciones laborales estén reguladas. Mejor actuar al libre albedrío, para que nadie pueda controlar que se hacen contratos a media jornada y se obliga a trabajar jornada entera; que es mejor tener al trabajador a entera disposición del contratador, con horarios de miedo y jornadas que nunca se acaban, mientras sus cuentas corrientes se engrosan gracias a esta explotación consentida. Lo ha resumido muy bien la candidata del Partido Popular a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso: «Yo prefiero un empleo a que no haya empleo. A mí, cuando empiezan a hablar de empleo basura me parece que es ofensivo para el que está deseando tener ese empleo basura que está dando oportunidades para corregir problemas que tenía». Este es el espíritu empresarial de este país. Los trabajadores, tienen que estar agradecidos por tener trabajos de mierda, salarios de mierda, condiciones de mierda y jornadas de mierda, con perdón.

No es de extrañar, entonces, que una norma que ya existió en otro tiempo y ninguna empresa se arruinó por ello, dirigida a poner coto a tanto abuso laboral y fraude empresarial a las cuentas del Estado, levante tanto revuelo entre empresarios y políticos sin dos dedos de frente, como lo hizo el aumento del salario mínimo, anunciado como las Trompetas de Jericó, que iban a derribar el sacrosanto sistema laboral español. Ese sistema, que llena los bolsillos de unos pocos, a costa del sudor de muchos.

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