Abascal

¿Qué tienes tú que mi aversión provocas?,

pelayo de la barba irritativa,

caudillo de la rabia primitiva,

astifino bocazas de tres bocas.

Apesta tu bandera cuando invocas

a esa patria que vibra con saliva

prescrita de antebrazos hacia arriba

que tan soberbiamente desenfocas.

Tu arenga me avinagra las encías,

tu legión me ensombrece el progresismo,

tu sol no se proyectará en mi cara.

Renovado de mitos y de hombrías

Abascal monta a pelo a ese fascismo

que le mana con sal de su alfaguara.

Rivera

Me aturden tus mejillas perfiladas,

lo lampiñas que suenan tus virtudes

urdidas para amar a multitudes

tatuadas de español en las quijadas.

Excesivo en euforias pergeñadas

por un diseñador de plenitudes

procedentes de otras latitudes

con nieve sin fundir en madrugadas

encarnas a ese yerno empalagoso

de sonrisa ensayada ante el espejo

prestado en usufructo por los ricos

para que con tu anillo de ambicioso

les orles de naranja su reflejo

sin mostrar interés por los añicos.

Iglesias

Mermado su idealismo por los días,

con la crin recogida como emblema,

Pablo ya no se inviste de anatema

ni se emborracha con apologías.

El tiempo le ha inyectado simetrías,

un chalé con babelias de dilema,

dos hijos que refuerzan el sistema

y una brizna de gris en sus teorías.

Su puño ya no tensa los nudillos

y aunque sigue aspirando a bandolero

los mercados se ríen de sus pistolas;

desnudas las banderas de martillos,

decadente el concepto de lo obrero,

Pablo sueña de menos con aureolas.

Casado

Un procrastinador de barricadas

embebido en su propio gatuperio

le ha concedido a su ego un ministerio

y ha batido registros en arcadas

de prójimos y ajenos, a bandadas,

notarios del desplome de un imperio

que maculó de azul el hemisferio

de la patria que peina engominada.

Regresa, Valle-Inclán de donde Dante

y renueva el concepto de esperpento

para darle cabida a un tal Casado

que linda entre lo simple y lo arrogante

y revuelve mi instinto más cruento

cuando esgrime las flemas del pasado.

Sánchez

Ni la vulgaridad de su apellido,

ni ese nombre asociado a negaciones,

ni ese creerse bello a borbotones

amustiaron la sed de un divo herido.

Retornado del limbo de un olvido

trenzado con los besos de traiciones

modificó cien trazos sus patrones

y emergió con dos tibias y un rugido.

Socialista de rosa desvaída,

ambiguo de estrategia y resiliente,

borbónico y burgués pese a lo rojo,

confirmas tus memorias sin sonrojo,

te llamas a ti mismo presidente

y se frunce tu piel envejecida.