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Desde la Universitat

Unas zapatillas diferentes

El baloncesto adaptado, pese a tener cada vez más seguimiento, lucha por lograr visibilidad y financiación

Unas zapatillas diferentes

«Empecé en atletismo. En el 75 recibí una carta de la selección española para entrar a las olimpiadas de Montreal. El primer día batí el récord de España en lanzamiento de jabalina. El campeonato siguiente gané 3 medallas de oro en atletismo y 2 o 3 más en natación». Carlos Montañés tiene 59 años y no es un deportista convencional: padece poliomielitis. «Nunca he llegado a andar. Siempre he ido a cuatro patas y ahora sobre ruedas», cuenta con humor. Actualmente, practica baloncesto en silla de ruedas, un deporte que, a pesar de tener un gran seguimiento entre las personas con discapacidad, no recibe el apoyo económico que necesita.

Quizá el deporte adaptado no es lo primero que viene a la mente cuando se habla de «deporte», pero supone una parte muy importante en la vida de algunas personas. Este no solo es el caso de Montañés, sino también el de Igor Delgado, su compañero en el equipo. Delgado sufre una lesión de médula en la L4 que no le permite practicar baloncesto convencional. «Haber jugado de pie y ahora sentado cambia la forma de ver las cosas ?añade con un tono nostálgico y la mirada perdida?, «pero el equipo me ayuda a sentirme mejor», concluye animado.

Delgado y Montañés acuden con impaciencia a la llamada de una voz grave y autoritaria. Es la voz de José Galocha, su entrenador. Galocha no puede evitar esbozar una sonrisa cuando se le pregunta por sus jugadores y su forma de entrenar. «Al fin y al cabo, yo soy entrenador de baloncesto y ellos son jugadores normales. Es cierto que cuentan con una limitación añadida, que es su discapacidad, pero creo que el mejor método de inclusión es tratarles como lo que son: jugadores de baloncesto», sentencia.

«El deporte aglutina valores como el esfuerzo, la constancia o la perseverancia». Estas son las palabras de Jesús Moril, director de la ONCE en Castelló. Moril es un ferviente defensor del valor del deporte y de su influencia en el sector de la discapacidad física. El deporte adaptado es un elemento vital para esta gente, ya que «ser constante, superar las barreras y alcanzar los objetivos mejora enormemente la autoestima de las personas con discapacidad», añade orgulloso. El baloncesto promueve todo esto. «A nivel de beneficios, consiguen integración social, ya que la actividad física les repercute en un mejor bienestar y en la mejora mental al sentirse ocupados», añade Raúl Saura, encargado de recursos humanos y de la sección deportiva de la Federación Provincial de Personas con Discapacidad Física y Orgánica (conocida como Cocemfe) de Castelló, la ONG que se encarga de la gestión del equipo.

Pero no todo es de color de rosa. Uno de los inconvenientes con los que se encuentra un equipo de baloncesto como el Cocemfe BSR es la falta de participación. «Uno de los principales problemas es el desconocimiento. Hay mucha gente con discapacidad que puede practicar deporte y no necesariamente ha de necesitar una silla de ruedas. Solo se exige un certificado de discapacidad de mínimo un 33%. El único requisito para su admisión es que cumplan este mínimo», cuenta Saura.

Progreso deportivo limitado

El entrenador es consciente de la situación. La plantilla la componen 12 jugadores con edades que abarcan desde los 25 años hasta los 60. Esta es una de las razones por las que el progreso deportivo del equipo se ve muy limitado, puesto que tiene que adaptarse a unas necesidades muy distintas. Además, no todos los jugadores padecen la misma discapacidad. «Aun así estoy muy contento con la evolución del equipo. Al principio nos ganaban por una diferencia abismal, pero poco a poco vamos compitiendo. Además, el buen rollo que hay en el equipo es increíble», añade el técnico mientras observa cómo sus jugadores ríen y disfrutan entrenando.

En la mayoría de aspectos es como un equipo corriente, con entrenador, jugadores, competitividad y compañerismo. También necesitan material: ropa de deporte, instalaciones, etc. Aunque existe una notable diferencia. «Todos los jugadores necesitan zapatillas. Las sillas son nuestras zapatillas ?bromea Galocha?, con la diferencia de que cuestan entre 3000 y 5000 euros». El entrenador se refiere a las sillas amateur. Las sillas profesionales pueden llegar a costar 10 000 e incluso 12 000 euros. La totalidad de los gastos corre a cuenta de la ONG gestora del equipo, facilitando y fomentando la práctica del deporte para todos aquellos que quieran participar.

La financiación supone el principal problema al que se enfrenta un equipo como el Cocemfe. Los trámites económicos fueron complicados en el inicio debido a los costes económicos que suponía su creación. «Las ayudas se piden a principio de año, pero no se conceden hasta mayo. Por eso tenemos que tirar de fondos propios», dice Saura con una sonrisa irónica en el rostro. El responsable de la sección deportiva de la ONG es el primero que muestra su descontento ante la falta de ayudas que ofrece la Administración. Saura opina que el deporte adaptado no se fomenta como debería y que a pesar de que ofrecen muchas ayudas, no son suficientes para la demanda existente. Debería haber más. La mayor parte de su financiación proviene de las diversas subvenciones ofrecidas por entidades como la Generalitat o el Patronat d'Esports, pero las donaciones de entidades y particulares suponen un gran activo en su economía, probablemente el más importante.

Puede que no anden sobrados de dinero, pero sí de corazón. Montañés, múltiple medallista olímpico y con 50 años de experiencia a sus espaldas, no pierde la ilusión por el deporte. «Ahora estoy en baloncesto de alta gama. No es una pachanga de escuela. Aquí hay que sudar», dice con emoción, predicando con el sudor que refleja la intensidad con la que entrena. «Cuando defienden con intensidad, el pabellón huele a goma quemada», añade Galocha con un brillo de emoción en la mirada.

No dejan de superar barreras, pero todavía deben superar una de las más difíciles: la económica. No son deportistas convencionales, no cobran millones ni reciben la atención de los grandes medios, pero también son ídolos a los que admirar.

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