Se recuerda estos días, justamente, a Josep Vicent Marqués, 45 años más tarde de su publicación País perplex, 1974, donde afirmaba, «la realitat valenciana és contradictòria». Por entonces, el papel que Marqués atribuía al agrarismo valenciano, «l'hipnotisme de la taronja», dio paso a una década industrializadora, con desarrollo en diferentes comarcas valencianas. Así, advierte el profesor Mas Verdú, en la presentación de la publicación, Economía del conocimiento, innovación y competitividad, patrocinada por la Agència Valenciana de la Innovació, que en Cataluña alrededor del 80 por 100 de la producción industrial se sitúa alrededor de Barcelona, mientras en el caso de València, este porcentaje se reduce al 50 por 100, lo que supone una mayor distribución espacial.

Con ello, las posibilidades de eliminar la «fosca conciència», que diría Marqués, pasaba por el cambio sociológico que se estaba produciendo y la eliminación de prejuicios, entre otros el de la opacidad de la lengua, sobre el cual, cabe recordar, las palabras del profesor Vicent Soler, actual Conseller d'Hisenda i Model Econòmic, en el Llibre Blanc del l'ús de Valencià, publicado hace más de diez años, al afirmar que «el valencià pot jugar un paper molt positiu en les estratègies de creixement econòmic i de millora de la nostra qualitat de vida». Palabras que cobran todo su valor, en la investigación llevada a cabo, recientemente, por el IVIE, sobre el, Impacte i valor econòmic del valencià, editada, a propuesta de la Direcció General de Política Lingüística, dentro de la Col.lecció Rafael L. Ninyoles.

El propio Rafael Ninyoles, en Conflicte lingüístic valencià, afirmaba que el abandono, cuando no rechazo, de la propia lengua del país, suponía normalmente una falta de identificación colectiva, y, por tanto, una mayor debilidad global, pues, junto a la complejidad añadida de contar con parte de la población valenciana castellano parlante, se pasaba por alto que el uso de la lengua propia supone, más allá de su utilización, un vínculo fundamental de cohesión social, incluso de implicación económica. Hoy, gracias a la, Llei d'Ús i Ensenyament del Valencià, principalmente, la lengua ha recuperado, gran parte de su prestigio social, la burguesía la utiliza sin desdoro, incluso como nota de prestigio, y lejos quedan ya aquellos, Tres forasters de Madrid, del sainete de Eduard Escalante, que cambiaban de lengua pensando que así escalaban en la escala social.

La lengua, se convierte, de esta manera, en instrumento de pertenencia que resulta ser solidario y movilizador. La contradicción valenciana, queda en gran medida superada con la presencia de la lengua como elemento aglutinador, que, entre otros, conforma al colectivo. Parafraseando a Raimon, «qui perd "la taronja" perd identitat», pero también, utilizando sus propias palabras, «cante les esperances i plore la poca fe». Ni miméticos ante aquellos madrileños del sainete, ni ante los catalanes, con quienes compartimos una lengua y cultura globalmente común, pero con suficientes peculiaridades como para acreditar una idiosincrasia que debe ser tomada en consideración para superar nuestra propia perplejidad.