Primera hora de la mañana del 26 de febrero del 2020. Suena el teléfono del epidemiólogo del Centro de Salud Pública de Castelló Juan Bellido, un experto que a sus 65 años atesora una experiencia y conocimiento envidiables. Al otro lado del teléfono le comunican que el coronavirus ya está aquí. Un joven de Burriana se ha infectado en una despedida de soltero en Milán. Curtido en alguna que otra batalla --por ejemplo, estuvo en África para combatir el ébola--, Bellido sabe cuál es su trabajo y se pone manos la obra. Hay que intentar mitigar la transmisión del virus. «Me coloqué el equipo de protección individual (EPI) y entré a la habitación a hacerle la entrevista correspondiente, más de una hora para conocer los contactos y toda la información que nos pudiera ayudar a contener la propagación», explica Bellido en su despacho del centro de Salud Pública de Castelló.

Desde el inicio de la pandemia hay nerviosismo, tensión, pero muchas horas de trabajo en este equipo de epidemiología, en el que los lunes eran como los domingos. Se trabaja de manera incansable. En los últimos meses se ha reforzado para poder dar una respuesta eficaz al departamento de salud de Castelló y de la Plana, que engloba a cerca de 400.000 personas. La zona norte la coordina el Centro de Salud Pública de Benicarló, aunque la colaboración entre los dos organismos es total, especialmente ahora, cuando el brote en una discoteca de Peñíscola se expande por toda la provincia.

Sin antecedentes

Es jueves 23 de julio, todo el equipo está reunido trazando las estrategias y repartiendo tareas, la reunión dura más de lo habitual. Cada día hay más casos activos en la provincia y los brotes van en aumento. Hay que rastrearlos, localizar a todas las personas que estuvieron con cada infectado más de 15 minutos sin mascarilla y sin guardar la distancia de seguridad.

Los médicos de familia son su principal apoyo ahora, ya que se encargan de prescribir las PCR y de contactar de manera inmediata con los principales contactos.

«Si esto es rastrear, llevamos toda la vida haciéndolo respecto a otras enfermedades infecciosas, aunque la envergadura no es comparable», señala este experto, que recuerda crisis anteriores vividas, como la gripe del 2009, el brote de meningitis en el 1996, la llamada enfermedad de las vacas locas o el ébola. Nada similar.

Habría que retrotraerse a la conocida como gripe de la cucaracha de 1918 para encontrar ciertos antecedentes. «Nos enfrentamos a un virus desconocido y estamos aprendiendo a gran velocidad. Nos equivocamos todos, porque creímos que se trataba de una especie de gripe común, pero ha sido mucho más», remarca Bellido, delante de una pizarra donde están señaladas las claves de los brotes que ahora tienen entre manos.

Lo que ahora más preocupa en el equipo de epidemiología es el hecho de que muchos de los contagiados son asintomáticos, lo que complica sobremanera la localización de positivos y su aislamiento a tiempo para que no contagien a otras personas más vulnerables, como los mayores.

Según datos recientes del Instituto de Salud Carlos III, más de la mitad de los positivos de la Comunitat no presentan ningún tipo de dolencia que pueda levantar sospecha. Muchos de ellos están siendo jóvenes que se contagian en fiestas y reuniones. «El hecho de que sean asintomáticos es un problema, es como poner puertas al campo. El ébola es mucho más letal, pero avisa, el coronavirus no», afirma.

Prudente optimismo

«Si tenemos suerte y se trabaja bien podemos ser un poco optimistas», aventura el doctor Bellido. «Al principio no teníamos reactivos suficientes, no se podían hacer pruebas PCR a los contactos para detectar los casos y aislarlos, y esto ya no ocurre, porque ahora hay suficiente material», insiste el experto, al tiempo que recuerda que en Salud Pública se encargan también de la vigilancia de otras 60 enfermedades de declaración obligatoria, como la tuberculosis, el sarampión, la legionella o la leishmaniasis.

Con la nueva normalidad les llegó la tarea de cerrar el círculo del brote localizado tras una fiesta de San Juan en los barrios San Lorenzo y San Agustín de Castelló, con 35 contagios. Ya están todos dados de alta, aunque el caso no se cierra hasta que no pasen 28 días desde su apertura, es decir, dos periodos de incubación.

El llamado paciente cero de aquel foco fue un temporero procedente de Lleida. Igual sucedió en un brote familiar con cuatro casos en Burriana, mientras que otros dos positivos localizados en l'Alcora con el mismo patrón fueron aislados a tiempo.

Planificar campaña citrícola

De ahí, con el antecedente de Lleida, una parte de la cual se encuentra confinada, encima de la mesa, que Bellido considere que es fundamental que las autoridades competentes empiecen ya en la prevención y planificación cara a la próxima campaña citrícola. «Debemos controlar cómo se trasladan al campo, por si van 10 en una furgoneta, o cómo viven los temporeros, por si lo hacen en lugares pequeños. Eso es trabajo que hay que hacer ahora», remarca.

Justo en el despacho de enfrente del doctor Bellido, hablando por teléfono, rastreando, está la enfermera Maribel Peñalver. Es una recién llegada convertida ya en toda una experta en la trazabilidad del virus. Con experiencia en medicina asistencial se incorporó de refuerzo a esta sección el pasado mes de mayo. En solo dos meses ha visto la evolución de cómo se ha avanzado en el rastreo y en los esfuerzos por controlar el virus, especialmente gracias al trabajo conjunto con los centros de salud de la provincia.

Se trata de contactar con los infectados y estudiar sus pasos desde antes de que tuvieran síntomas. De media, cada caso, según calcula Maribel Peñalver, tiene entre 15 y 17 contactos estrechos, «aunque hoy tenemos uno en marcha que puede llegar a tener hasta 30». Todas estas personas deberán guardar cuarentena hasta que se les realicen las respectivas PCR para desechar si son o no positivo.

«Es importante ser empática para que te faciliten la máxima información. Nuestro objetivo no es cuestionar qué han hecho, sino proteger a las personas de su alrededor», explica esta enfermera, quien reconoce que la mayoría de los contagiados están asustados y nerviosos. «Era previsible que la situación se complicara porque este es un lugar de veraneo», apunta la enfermera Maribel Peñalver.

En otro de los despachos está el epidemiólogo Ángel Garay, otro de los refuerzos, quien reconoce que la pandemia «se está complicando» por momentos, «aunque no volverá a ser lo que fue porque sabemos más». Justo a su lado está la enfermera Noemí Meseguer, una de las más veteranas del equipo. Lleva 11 años en Salud Pública, donde los últimos meses han sido «muy duros, con mucho trabajo, llegando a ser caótico».

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