Mari Carmen, propietaria de una granja de conejos en Millares, asegura que tuvo que abandonarla porque, en materia de subvenciones, "se pasó del todo a la nada en cuestión de meses". Obligada a endeudarse, decidió -como muchos otros vecinos- a tirar la toalla.

De los que cerraron, la mitad sigue sin trabajo. Entre ellos, se encuentra Carretero, que se vio con 50 años sin subsidios ni derecho a paro (por ser autónomo) y tras toda una vida dedicada al oficio. "¿Qué voy a hacer ahora?", se pregunta, entre lamentos. Desde el cierre, está decidido a reabrir su granja, aunque la ley le deja escaso margen. Si este año no lo hace, perderá el derecho. Ahora, cuando esa opción se ha convertido en la única esperanza de futuro, siente nostalgia de las primeras ayudas que recibía el sector. "Parece que las autoridades no quieran que salgamos a flote".

Entre los tres granjeros supervivientes se encuentra José Manuel García, presidente de la ADS cunícola de Millares. Comenzó en 1992 y resiste gracias a una explotación pequeña, con sólo 300 madres, y al hecho de que mantiene un convenio con la UPV para la mejora genética de los conejos. "Las granjas que resisten lo hacen gracias a algún tipo de peculiaridad que las salva", asegura. Junto con Elisa Sáez, otra de las que continúan, explican que ganan "lo justo para seguir tirando", pero que, en el actual contexto, "es imposible contar con un margen de beneficios que dé estabilidad".

A pesar de todo, los cunicultores consideran que la solución no son las subvenciones, porque sólo sirven a corto plazo. "Lo que pedimos es la estabilidad de mercados y unos precios justos", comenta García. "Nos decían que había superávit de conejos. Pero es que ahora están faltando, los mataderos no dejan de pedir más. Han cerrado muchas granjas y sigue habiendo demanda. Sin embargo, el precio sigue por los suelos", asegura Elisa. "Es una injusticia que quien marque el precio sea el comerciante, porque eso nos deja desarmados", se queja García. La importación desde lugares como Marruecos o China y la reducción en el consumo de la carne de conejos inciden también de forma negativa en la mala situación del sector.

Sin una actividad productiva eficaz que reactive la economía del municipio, Millares parece condenado a convertirse en un pueblo fantasma. Sus vecinos se quejan de las dificultades y las escasas oportunidades para salir hacia adelante. Pero los que resisten coinciden en señalar el privilegio de seguir viviendo allí, pese a la marginación sufrida. Ahora, cuando el turismo rural se presenta como única esperanza de futuro, temen perder la identidad local. "Queremos salir adelante trabajando, pero no nos dejan", lamenta un vecino.