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La tripulación del buque italiano Duca di Genova no se imaginaba lo cerca que estaba de la tragedia en la medianoche del 5 de febrero de 1918, mientras navegaba por un mar en calma frente al faro de Canet d'En Berenguer. Aunque en 1917 este vapor de la Compañía La Veloce había transportado tropas, en aquella ocasión regresaba a Italia desde Argentina con un cargamento de harina, trigo y habichuelas. Sin embargo, una silueta amenazante pronto iba a romper aquel silencio nocturno.

La causa era un submarino alemán U-36 que emergía a escasos 800 metros del buque. Inmediatamente, el capitán del vapor Miguel Motta ordenaba virar a estribor para eludir el submarino y cobijarse cerca de la costa. Pero, el sumergible maniobró hasta situarse entre el Duca di Génova y la tierra antes de disparar un torpedo contra el trasatlántico.

El proyectil penetró por una de las bodegas, para terminar explotando en la sala de máquinas y dejar heridos a dos fogoneros. Apresuradamente, Motta dio instrucciones para abandonar un barco que comenzaba a hundirse por la popa. Encallado en un banco de arena, su proa permanecería en la superficie. Aunque la mayoría de los 148 tripulantes alcanzaron la costa aborde de ocho botes, cinco hombres estaban desaparecidos tras lanzarse al mar durante la confusión y el pánico de los primeros momentos. Se trataba del barbero Bautista Villa, el camarero Giuseppe Bartolini, el fogonero Antonio Morengo, el electricista Jacobo Acosta y el mecánico Giovanni Bria. En la tarde del día siguiente, las olas dejaban sobre la playa el cadáver del primero. A lo largo de esa noche el mar fue devolviendo el resto de cuerpos.

También en tierra reinaba la confusión en las primeras horas. Tras las primeras noticias del suceso, periodistas de El Mercantil Valenciano se trasladaban en Valencia al consulado de Italia donde les confirmaron los hechos. Con todo, los rumores de todo tipo se disparaban. Así, algunos periódicos daban cuenta de otro combate protagonizado por un buque inglés y el submarino frente a El Puig. Otros destacaban que el barco italiano iba armado con dos cañones que, sin embargo, no quiso utilizar para defenderse por temor a alcanzar tierra con los disparos, dada la cercanía de la costa.

Ayuda desde Sierra Menera

Mientras tanto, trabajadores de la Compañía Sierra Menera son los primeros en auxiliar a los naufragos. Poco a poco, los tripulantes son alojados en casas particulares y los heridos trasladados al hospital, al tiempo que el capitán contacta con responsables de la naviera. También las autoridades locales acudirán a la zona, donde pronto llegará el cónsul italiano Camilo Reali para supervisar la repatriación. En los días siguientes los buzos comienzan a estudiar el estado del barco para intentar reflotarlo, o al menos recuperar su carga, valorada en unos 2 millones de pesetas.

Pero para entonces el conflicto naval vivido amenazaba con convertirse en una guerra diplomática. La clave era determinar el lugar exacto del ataque. Si se confirmaba que habían sido violadas aguas jurisdiccionales, el incidente se agravaba en un momento en que, además, la armada alemana había provocado varios incidentes similares cerca de la costa.

En algunos medios se achacó a maniobras "aliadófilas" el alarmismo generado. Por el contrario, otros periódicos reclamaban una respuesta contundente, llegando incluso a pedir la ruptura de relaciones con Berlín.

En este ambiente, el Estado Mayor Central de la Armada abrió una investigación para esclarecer unos hechos que ocuparon varias sesiones del Consejo de Ministros. Al mismo tiempo se especulaba sobre supuestas presiones del gobierno italiano, respaldadas por Inglaterra, Francia y Estados Unidos, e incluso el embajador de Italia se reuniría con el presidente del Consejo de Ministros, Manuel García Prieto, para analizar la situación. Hasta desde las páginas de The Times se barajó una contundente respuesta si se confirma que el incidente se produjo en aguas españolas. Y así se confirmó, aunque el incidente diplomático acabó limitada a dos notas de protesta exigiendo a Alemania respeto a la soberanía y garantías para la navegación.

Para entonces,la silueta de las dos chimeneas del Duca di Genova en las aguas frente al puerto de Sagunt era ya una visión cotidiana para los vecinos que en los primeros días se acercaban a la playa para seguir los trabajos de rescate. Al fin, el 4 de octubre de aquel año, la fuerza del temporal arrastró los últimos restos del vapor. Semanas después, el 11 de noviembre, Alemania firmaba el armisticio que ponía fin a la guerra.

Hoy, los restos del barco reposan a unos 35 metros de profundidad, para la exclusiva mirada de algún submarinista curioso. Nada en Sagunt recuerda aquel hecho ni a sus víctimas, aquella noche en que la I Guerra Mundial, se coló en su playa.