Cientos de kilómetros con un desnivel acumulado que da que pensar, rampas inacabables que quitan el hipo, albergues abarrotados que, en ocasiones, evitan descansar adecuadamente... Todo no es suficiente obstáculo para el ribereño Salvador Soriano. "Simplemente me gusta la bicicleta y no sé caminar, siempre voy con ella". El alcireño, en apenas unos meses, ha pedaleado los mil kilómetros del Camino de Santiago en dos ocasiones. ¡A sus ochenta años! Lo explica de forma muy sencilla. No entiende de gestas ni hazañas. Para él son normales las inclemencias de las ocho horas sentado en un estrecho sillín o la dureza de las pendientes de Galicia. Donde todos ven riesgo, él observa placer. El goce de hacer lo que ha hecho durante toda su vida. "En bici habré hecho cuatro o cinco veces más kilómetros que en coche". Según los datos estimativos del ribereño, desde que era un chicuelo ha realizado entre diez mil y quince mil kilómetros al año.

Ahora, a sus ocho décadas, sigue pedaleando doce mil, alrededor de doscientos a la semana. No existen rincones por la comarca ribereña y las colindantes que no se conozca el experimentado ciclista. No le ha sentado nada mal la receta. Crea sensación allí donde se desplaza. Los peregrinos siguieron haciéndose, como en la primera ocasión que hizo el Camino, fotos con él al observar su capacidad de sacrificio y su excelente forma física. No es precisamente de los ciclistas rezagados que asciende los puertos con la lengua fuera.

"Uní a tres generaciones. Una familia de argentinos con sus hijos y yo. Nos hicimos varias fotos que me gustaría recuperar", reclama Soriano.

Salvador Soriano se ha enamorado del Camino de Santiago, de su dureza (sin ir más lejos, afirma que va allí a buscarla) y del ambiente de compañerismo que reina entre los miles de peregrinos.