Jaume tiene tres años y sufre una cardiopatía que le obligó a permanecer postrado durante un año, nada más nacer, a la espera de alcanzar el peso necesario para poder someterlo a una intervención quirúrgica y colocarle una válvula que le permitiera hacer una vida más o menos normal.

Su intestino tampoco funciona bien y el pequeño tiene problemas para ir al váter. Una medicación específica le ayuda a activar su tránsito, «pero cuando le mueve, le mueve... y no siempre lo controla», explica su madre, Mª Luisa Tapia.

El prolongado reposo al que le obligó su insuficiencia cardiaca cuando era un bebé ha retrasado la adopción de los hábitos alimentarios acordes a su edad y, aunque ya está en primero de Infantil, no puede comer lo mismo que comen sus compañeros, de un lado porque aún le cuesta masticar y, también, porque su intestino vago le impide comer alimentos que estriñan.

Todo esto hace que Jaume «necesite algo más de cuidados y de atención en el colegio», indica su madre. Algo que el niño no ha encontrado, según asegura su madre.

Jaume cursa primero de Infantil en el colegio Maristas de Algemesí. El año pasado ya estuvo escolarizado en esta escuela religiosa concertada. «El año pasado no tuve ningún problema, porque comía papillas y potitos y llevaba pañales», dice Mª Luisa. Pero este año, al comenzar Educación Infantil, las cosas han cambiado.

Informes médicos

La madre tuvo que solicitar que se pidiera un logopeda, que ha enviado el Servei Pedagògic Escolar de la conselleria, para que atendiera a su pequeño, que también es sordo de un oído, y a otra pequeña de la misma edad que es sordomuda. Ahora lucha porque las sesiones de logopedia se amplíen de las dos actuales a cinco semanales, tal y como le recomendaron los médicos.

Mª Luisa ha acudido varias veces al centro escolar con los diferentes informes médicos que acreditan la situación del pequeño y que detallan sus necesidades. Ha hablado con los profesores, «para que estén algo más pendientes de él» y le «vigilen un poco para que no se haga caca encima» pues, como reconoce la madre, «ellos mismos me animaron a que le quitara el pañal porque a su edad ya debe tener unos hábitos de ir al baño solo y cumplir unos horarios». Los profesores, según explica, se limitan a llamarla cuando el pequeño se ensucia: «Hoy [por ayer] me han llamado a las 16:15 horas (y nos enseña la llamada en el móvil), pero yo no siempre puedo acudir a cambiarle», comenta.

Tampoco los responsables del comedor se muestran muy sensibles a su situación: «Les he pedido que eviten darle comidas que le estriñan, porque lo pasa muy mal, y que le den alimentos que él pueda comer, cosas blandas», asegura. «Pero me responden que el niño se tiene que acostumbrar a la comida de su edad», añade.

Las funciones de los profesores

«El único que me hace algo de caso es el director, que trata de mediar con los profesores», asegura. Sin embargo, según comenta, «él se escuda en que los profesores tienen sus funciones», y entre ellas no entra cambiar al pequeño o atenderle en sus necesidades, argumenta.

Este periódico intentó ayer hablar con el director del Colegio Maristas de Algemesí, pero éste ya había abandonado el centro y, aunque se pidió que se le localizara para que se pusiera en contacto con Levante-EMV para tratar acerca de los problemas de un alumno, no devolvió la llamada.

Hace poco, Mª Luisa, ha escuchado que existe la posibilidad de solicitar un monitor que se encargue de asistir al pequeño en sus necesidades. «Ojalá Jaume pudiera tener uno», desea.