En el Puig era difícil encontrar ayer a algún vecino contrario a la tradición de las ratas de la "trencà de perols" y también era complicado localizar a alguno que esperara con ansia el lanzamiento de roedores. Pero los había. Marta Barbeito, por ejemplo, consideraba una "barbaridad todo lo que sea maltratar animales por diversión, ya sean ratas o toros, que de eso también hay aquí mucha afición". Domingo Romero reconocía ser de los que se divierte con la tradición, aunque se lo pasaba mejor cuando los animales estaban vivos y había que correr detrás.

La mayor parte de los vecinos aseguraron ser de los que hace tiempo que no asisten a las cucañas pero, a la vez, son contrarios a su prohibición porque "las tradiciones están para respetarlas", tal como resumía Mª Teresa Chulvi mientras su hermana Sátur asentía. "En la época de mi bisabuelo ya hacían lo de las ratas, y mi hijo fue quinto y también lo hizo".

En la carnicería de Jaime Piquer, el dueño y Vicenta Soriano, una de las clientas, coincidían en el parecer de que se trata de una tradición inofensiva ya que los animales están muertos antes de ser introducidos en las vasijas. En cambio, Vicente García y José Piquer señalaban en la cafetería de M.ª Carmen Santamaría que la batalla no es de su agrado "porque es una cochinada" y "una gamberrada".

Además de las ratas, seguramente los más afectados por esta tradición son los dueños de las viviendas de la plaza de la Constitución contra las que se suelen lanzar los roedores. Pero estos últimos parecían ayer poco preocupados. "A mí me han llegado a romper el cristal de una ventana con una rata congelada, pero son las fiestas y hay que aceptarlo", explicaba Emilio.