Un descubrimiento que abre grandes expectativas

Algunos de los arqueólogos que estudian la Cova del Comte ya sospechaban hace años del potencial de la gruta. El propio Juan de Dios Boronat la visitó en los 80 y encontró sílex del Paleolítico superior. Publicó el hallazgo en una revista universitaria y otro arqueólogo, Pascual Costa, elaboró la ficha que catalogó la cueva como yacimiento.

Después ocurriría un hecho desgraciado que hizo bueno el refrán de que "no hay mal que por bien no venga". Un ciudadano holandés se hizo famoso en la zona por dedicarse una temporada a entrar en cuevas y expoliar los yacimientos. Entonces, un arqueólogo, Josep Cassabó, recorrió las cavidades saqueadas para intentar evaluar los daños. Y en la del Comte se encontró con una serie de rallas marcadas en la pared y unos trazos negros. Era el año 1992 y se tomó la imagen que se reproduce junto a estas líneas, en la que Cassabó observa el conjunto. Pero "en aquel momento aún se sabía muy poco de este tipo de arte y no se le dio demasiada importancia", explicó Boronat.

El caso es que hubo suerte. El acceso a la galería donde se ha encontrado el arte rupestre es apenas una rendija en la pared que pasó desapercibida para "el holandés", como le recuerdan los arqueólogos, que prefieren no mentar su nombre. Ese estrecho paso ha permitido conservar estas manifestaciones artísticas garantizando que, seguramente, nadie haya entrado a esa sala en miles de años, pese a que las primeras estancias de la cueva -mucho más accesibles- se emplearon, por ejemplo, como corral. Hace un par de años, Cassabó pensó en volver a la cueva para estudiar aquellos símbolos. Contactó con Cirne y ahora salen a la luz las primeras conclusiones y todo un espacio por explorar en el que los arqueólogos del proyecto de Cirne tienen puestas grandes expectativas.