La pluma es más poderosa que la espada. Lo dice una publicidad de los años ochenta que sobrevive encima del mostrador de la papelería Marbau de Xàtiva. Es de una famosa marca de estilográficas y debajo del mensaje hay una foto de Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan sellando un acuerdo de no proliferación de armas nucleares. Los hermanos Sisternes, Pepe y Antonio, secundan semejante declaración de intenciones. No en vano, estos dos veteranos impresores de Xàtiva regentan la que posiblemente sea la tienda valenciana más fiel a las plumas estilográficas, con un surtido de los que ya es muy difícil encontrar.

Marbau es un universo inabarcable en el que conviven la abigarrada imprenta —en la trastienda— y la papelería, en el exterior. Pero no una papelería cualquiera. Postales (editadas de las propias fotografías de los dueños, uno de ellos cofundador del colectivo local de fotógrafos setabenses aficionados, AFSA), libros sobre la historia de la ciudad —algunos editados también por ellos— objetos de escritorio, consumibles... y plumas. Un surtido de las principales marcas cuidadosamente estuchadas y expuestas en vitrinas. «¿Que si sigue habiendo coleccionistas de plumas? Más de los que crees», se pregunta y se responde Pepe. «Aquí vienen hasta de Valencia, de Alcoi... Tenemos catálogos de todas las épocas, y mucha rotación de material», añade.

Si hoy día los artilugios digitales y sus pantallas táctiles han convertido hasta el otrora moderno rotulador en una antigualla, qué decir de la pluma estilográfica, ese artefacto antediluviano que ha de recargarse y que tiene una afilada cuchilla en la punta... Pero hubo un tiempo —no tan remoto— en que un regalo infalible era el estuche integrado por la santísima trinidad de la escritura amanuense: la pluma, el bolígrafo y el portaminas. Expulsada ya de las preferencias actuales, la estilográfica ha devenido en producto de lujo destinado más a la colección que al uso.

«Los niños no las conocen, se creen que son plumas pero de las antiguas, plumas de ave de verdad que hay que mojar en un tintero», se ríe Pepe. «Yo soy aún de pluma», añade, para asegurar que no es extraño que escriba con estilográfica no tan ocasionalmente. «Yo, por rapidez, ya no. Prefiero el bolígrafo», tercia su hermano. «Con el ordenador ya para todo, esto de las plumas no tiene sentido. Pero, mira, hay tanta gente que aún le gusta y que las busca, que has de responder a ese mercado».

Precisamente por su conversión en un objeto a veces más decorativo que útil, la pluma ha encontrado en el lujo una prolongación de su vida como objeto de deseo. «Hay plumas a partir de cien euros y hasta... Lo que te quieras gastar; lo que quieras. Mont Blanc se ha dedicado al lujo y lo suyo ya parecen más joyas que plumas; acaban de sacar una de oro y diamantes que cuesta 600.000 euros. La venderán a cuatro jeques árabes, supongo», explica Antonio. «A nosotros nos encantan las plumas pero todo eso es una barbaridad». ¿Y se puede iniciar uno en el mundo de la pluma con la modestia absoluta de los pocos medios económicos? «Hombre, no es una afición barata. Pero a partir de cien euros ya puedes comprar una buena: y a partir de 50 también», dice el mayor de los Sisternes.

Expertos sin parangón

A sus más de 80 años (Pepe, coqueto, es reacio a confesar su edad exacta) los Sisternes saben que manejan un material para románticos. Y evocan sus conocimientos expansivos sobre las plumas y su surtido, siempre sorprendente. «Aquí ha venido un comercial de Parker y le hemos enseñado una pieza antigua y no se creía que era de Parker. Hemos llegado a saber más del catálogo de las marcas que los propios comerciales», presume Antonio. «La Parker 21 fue el éxito de los años 60», evoca. «Y las de plata maciza, ésas también se han vendido mucho». «Ah, y la Masterpiece, de Shafer... Esa cuando salió dio el golpe, todos la querían». «Las Mont Blanc las pusieron de moda los primeros gobiernos de Felipe González...». La conversación podría prolongarse horas y horas. Pepe especifica: «pon los tipos de escritura que hay: extrafino, fino, medio, grueso, curvado y oblicuo». Dicho queda.