Que Gandia no es solo «la playa de Madrid» -expresión que puede suscitar recelos entre la población local- lo demuestra la relación histórica que ha mantenido como destino vacacional para miles de manchegos, prácticamente desde su despegue turístico, en especial para unos en concreto: los empleados y familiares del Complejo Industrial de Repsol en Puertollano, en Ciudad-Real.

«La Empresa», como se la conoce en la comarca manchega, comenzó su actividad a mediados de los años 50 con la destilación de pizarras bituminosas extraídas en los pozos mineros de Puertollano, y desde entonces, pese a que ha pasado por diversos hitos hasta la petroquímica actual, ha ofrecido a buena parte de sus trabajadores incentivos como vacaciones subvencionadas en destinos de costa.

En 1958 se creó el Grupo Empresa Calvo Sotelo y desde entonces no ha parado de contratar estancias en apartamentos y hoteles de la playa de Gandia, sobre todo los veranos. En 1978, este colectivo pasó a ser gestionado por los propios trabajadores, y se fundó el Club Recreativo Repsol Petróleo Puertollano. Es así como empezó una historia de amor que continúa y que, en algunos casos, va más allá de estancias cortas, ya que muchos optaron por tener un apartamento en propiedad, y otros vieron el mar por primera vez gracias a estas vacaciones.

Estos lazos con Gandia les hicieron merecedores en 2011 del premio del Sector Turístico concedido por la Federación de Asociaciones Empresariales de la Safor (FAES) y que se les entregó en la gala del XII Encuentro Empresarial que se celebró en el Teatre Serrano el 30 de noviembre.

El complejo da trabajo en una zona que hasta los años 60 sufría la despoblación. La compañía promovió El Poblado, junto a un cerro a pocos quilómetros de la refinería, con viviendas sociales para sus trabajadores y equipamientos dotacionales que llegaron a ser mejores que los del casco urbano. «Somos muchos los que hemos vivido a la sombra paternal de La Empresa, la del empleo fijo, el economato, el cine, las becas, la pista de baloncesto, las piscinas, el tenis, el club de futbol, las pagas y las vacaciones en Gandia», escribió Víctor Morujo, nieto de minero, en la publicación local Comarca de Puertollano.

Las vacaciones subvencionadas eran tan codiciadas entre los trabajadores que el club incluso tenía que hacer un sorteo entre los inscritos, y aquellos «agraciados» para ese verano no podían volver a optar hasta pasados dos años.

Lo recuerda bien José Luis Olmo, de 70 años. Lleva viniendo a Gandia desde 1970, y el pasado 16 de agosto comenzó sus enésimas vacaciones en los apartamentos Peredamar, junto con su mujer Paqui Hernández, su hija Gema y sus nietos. «Todos los años se sorteaban las quincenas entre junio y septiembre y al día siguiente preguntábamos en la empresa: ¿dónde te ha tocado? ¿te ha tocado en Gandia?». Y eso que, hasta hasta finales de los 90, desplazarse a Gandia desde el interior de España era una odisea, por el deficiente estado de las carreteras. Los manchegos acostumbraban a salir con «La Viajera» a las doce de la noche y llegaban a las ocho de la mañana del día siguiente. En 2009, la conversión de la antigua carretera nacional N-340 en la Autovía de Extremadura (A-43) redujo el trayecto a las tres horas actuales.

Eran viajes organizados y los pocos particulares que entonces viajaban con su turismo salían detrás del autobús y se acoplaban a su ritmo, el «GPS» más fiable.

Llegaron en una época de frenético desarrollo urbanístico de la playa de Gandia. «Aquí, en la tercera o cuarta línea de playa sólo había huertos», apunta José Luis, quien también ha conocido los merenderos que precedieron a los clásicos chiringuitos blanquiazules. Gandia, además de atractivos turísticos como su extensa franja de arena, les ofrecía apartamentos modernos, bien equipados y económicos. Bloques como el Rames o el Barig los estrenaron ellos. Más tarde, la agencia diversificó los edificios de apartamentos, para que no se concentraran todos los puertollaneros en un mismo bloque.