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Los cuidados del marjal

Cazar a 12 kilómetros de Valencia

El «vedat» de Silla se prepara para recibir en dos semanas a decenas de aficionados dispuestos a matar a tiros el mayor número posible de patos salvajes

Cazar a 12 kilómetros de Valencia

Cada final de noviembre, Silla asiste a uno de los acontecimientos más arraigados y con más sabor local: la primera tirada en el «vedat». Es un día de caza en el que sólo participan unos cuantos hombres (las mujeres parecen estar desterradas de esta práctica) que se mueven a la perfección en un mundo repleto de tradiciones totalmente desconocidas para el profano cinegético o para quien no haya nacido en la localidad, practique o no la caza.

El «vedat» no es sino una zona de arrozales muy próxima a l'Albufera que, inundados tras la siega, se convierten en un perfecto coto de caza de patos salvajes. Tiene una veintena de puestos (cada vez se reducen más) que fueron subastados el 9 de octubre por cifras de entre 15.500 y 600 euros. A cambio, los interesados lograron un lugar desde el que disparar durante ocho domigos seguidos a partir del próximo día 21. «Lo normal es que se instalen seis botas, tres y tres, para amortizar el puesto, pero lo bonito es poner sólo cuatro, dos y dos, porque es más fácil disparar», dice José Mª Ríos, jefe de los guardas que, desde el 17 de octubre, vigilan día y noche el «vedat».

El coto permanece cerrado desde entonces para favorecer el asentamiento de las aves acuáticas. Sólo se abrió el martes durante tres horas «para que las cuadrillas empezasen a tirar arroz y rematasen los puestos», añade Antonio Hervás, uno de los guardas. A partir de ahora y hasta la primera tirada, sólo se permitirá la entrada cada martes a las 18 horas (ya oscurecido) «para no molestar a los patos y que se acostumbren» a quedarse en la zona donde después se les dará caza a tiros.

Un escondrijo acuático

Antes (desde esta semana y hasta el primer día de tirada el «vedat» es algo parecido a un santuario), los que consiguieron un puesto en la subasta del 9 de octubre han tenido que «vestir las botas»: preparar los puestos con los toneles en los que después se esconderán para las tiradas. Se trata de grandes vasijas que se sumergen en el agua con la ayuda de barrenas atornilladas al fondo de los campos inundados para evitar que floten y, de paso, mantenerlas niveladas. Luego, camuflan los bocales con baladre y pequeñas cañas para semejar que son islotes de vegetación.

Las botas suelen ser hoy en día de fibra, aunque tradicionalmente eran de madera, un material que las hacía mas confortables pero mucho más difíciles de manejar por el peso que les imprimía. «Las de fibra pesan poco „señala otro de los guardas, Bernardino Serrador„, pero dentro se pasa mucha humedad, mientras que en las de madera, que llegan a tener hasta 200 kilos y que ahora se revisten de fibra por fuera, no se nota el frío». Dentro, todas se rellenan de paja «para absorber la humedad» y evitar el frío «en la medida de lo posible».

La entrada a los puestos se produce siempre de madrugada (a partir de las 4 y hasta las 6), y, una vez en el interior, «ya no se puede salir, para no espantar a los patos». Hasta el amanecer, los cazadores deberán esperar agazapados en el interior de sus botas sin hablar, sin hacer ruido y sin luces encendidas. Y, si alguno tiene una necesidad fisiológica urgente, se vale de una botellita de plástico que atan al borde del tonel para no perderla.

Al empezar a clarear el día, Ríos dispara el cohete que marca el inicio de la caza. Entonces, una bandada de 20.000 aves ensombrece el cielo huyendo hacia l'Albufera «y el frío se olvida por completo». Lo normal es «matar entre 50 y 70 patos en los mejores puestos», explica el agente, y, en torno a las 11.30 horas, parar para la «polletjà»: recoger las piezas cobradas durante la mañana. Al mediodía se cocina in situ un sabroso arroz con pato y se continúa con la caza hasta que anochece. Y sólo entonces, a oscuras y exhaustos, los participantes abandonan el «vedat» hasta el domingo siguiente.

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