17:05 de la tarde. El público concentrado en una de las esquinas de la Plaza de la Constitución de El Puig comienza a moverse en forma de pequeña avalancha. Cerca de cincuenta personas de todas las edades —ancianos, adultos y pequeños— se dispersan en todas direcciones ante la visión del cadáver de una rata muerta que acaban de lanzar desde la otra parte del cuadrante. El animal vuela por los aires y no impacta en nadie. Su cuerpo cae al suelo, es recogido rápidamente y arrojado de nuevo. Las risas se suceden. La «guerra de las ratas» de El Puig vive un nuevo episodio.

Prohibición de 1996

A pesar de la prohibición de las autoridades —en 1996 la Generalitat ya ordenó al ayuntamiento que intercediera por incumplir la ley protectora de animales— y de las campañas de denuncia y concienciación desarrolladas por colectivos como el partido animalista Pacma, los vecinos de este municipio de l’Horta Nord continuan aferrándose a sus tradiciones. Siguen tirándose despojos de roedores. La «trencà de perols» de El Puig comenzó a suscitar fuertes críticas en los años 90 del pasado siglo XX, cuando se utilizaban conejos y roedores vivos. Con la prohibición de 1996 llegaron los animales muertos. Y desde entonces nada ha cambiado.

Como en ediciones anteriores, los quintos fueron los encargados de dar el pistoletazo de salida al evento. Uno a uno intentaron romper con la ayuda de un «gaiato» las diferentes cucañas que colgaban de una cuerda que cruzaba la plaza. A los tres intentos infructuosos, el grupo arrollaba al candidato para auparlo después y ayudarlo en su tarea. Al romperse el recipiente los más pequeños se afanaban en recoger los caramelos que caían. O eran espectadores de una lluvia de harina. El protagonismo les duró cinco minutos, tiempo que tardó en aparecer la primera rata muerta.

Hasta tres roedores surcaron el aire a la vez. Incluso, alguno de los cadáveres llegó a cruzar un balcón y se adentró en alguna de las viviendas que circundan la plaza. Afortunadamente no se lamentaron incidentes. Una pareja de policías locales y cuatro guardias civiles esperaron en una calle adyacente, aunque no tuvieron que actuar. «La guerra de las ratas» vivió ayer su última edición.