Son las diez de la noche y en el retén de la Policía Local de Gandia se juntan los agentes que acaban su turno con los que entran. Es viernes, verano, el último fin de semana de julio y se presenta la noche complicada. La anterior, la del jueves, fue movida, como relatan los propios agentes.

Durante los primeros minutos del turno se reparten las zonas, los vehículos, las funciones, se explica quién y cómo llevará a cabo las tareas preestablecidas y se definen los indicativos por los que serán llamadas cada una de las seis patrullas que velarán por la seguridad de los gandienses y los turistas durante las próximas ocho horas. En la playa trabajarán cuatro coches y dos quads, que son los que vigilan todo lo que ocurre en la arena y, como mucho, en la primera línea de la playa. En la ciudad, con una actividad mucho menor, se quedan dos patrullas, aunque en caso de necesidad, el apoyo a otros compañeros, estén en la zona que estén, es prioritario. Más de 20 personas, entre agentes de calle y los que hacen funciones de oficina (central, puerta, materiales, etc) se despliegan para llegar a todos los rincones de la ciudad y la playa.

Levante-EMV vivió toda una noche con una patrulla de la Policía Local en la playa de Gandia para comprobar cómo trabajan y, sobre todo, la titánica lucha que llevan a cabo contra el ruido en la calle y viviendas, el botellón y el cumplimiento de horarios de bares, pubs y discotecas.

Mediciones de sonido, avisos en casas, coches discoteca, multas a vehículos mal estacionados y su posterior retirada de la grúa, atención a personas ebrias en la calle, mediación en trifulcas y control de horarios. En total se atendieron más de 60 llamadas y eso que fue, en comparación con otras, una noche sin incidentes muy destacados.

Alrededor de las 22.50 horas sale del retén el coche en el que viaja el oficial del turno. Una gran discoteca de la playa, Falkata, está celebrando un concierto al aire libre. El sonido llega a la vivienda como si la fiesta la tuvieran a la puerta. Las mediciones revelan que sobrepasa, en mucho, los niveles permitidos. El máximo para la noche es de 45 decibelios. El vecino que ha avisado a los agentes sale. «Mi mujer está muy alterada, porque el ruido es insoportable, no se puede estar en casa», dice a los agentes. Estos toman nota de todo.

La siguiente medición se realiza en el camino Trabuc. No hay llamada, es una acción rutinaria ya que en ese espacio hay varias vivienda se quejan habitualmente del ruido que emana del Wonderwall. El resultado es negativo. En este caso, la música que emite este negocio está incluso por debajo de lo permitido. No molesta.

Precisamente este complejo de ocio es la siguiente parada de los agentes. De camino, uno de ellos explica que, semanalmente, los agentes disponen de una serie de tareas programadas que deben realizar durante sus turno, a parte de las llamadas que vayan surgiendo.

En Wonderwall toca control de aforo. Al tiempo se aprovecha pra hacer una medición en los alrededores y se comprueba que la piscina, donde no está permitido llevar a cabo actividad alguna, está cerrada.

Es prácticamente medianoche y la primera actuación por una llamada es en un edificio de la calle Alcoi. Los vecinos se quejan de los ruidos que está provocando un grupo de jóvenes que está alquilado en una de las viviendas. Denuncian que, incluso, han tirado un cuchillo por la ventana del patio interior.

Los agentes suben hasta la casa y dos chicos que no tendrán ni 20 años abren la puerta. La presencia de la policía les hace cambiar la expresión de cara. Son nueve en el piso y son multados en virtud de la ordenanza de convivencia cívica. El oficial les advierte. «Cien euros si pagáis en menos de quince días pero si nos vuelven a llamar la multa ascenderá a 750 euros por cada uno de vosotros», le dijo.

Además de la sanción, la policía hace una labor pedagógica. «Si en vuestra casa no os comportáis de ese modo, ¿por qué lo tenéis que hacer así», les pregunta. Parece que aprenden la lección.

Sin tiempo para parar, otra llamada. También toca acudir a una vivienda. El caso, sin embargo, es muy diferente. Un matrimonio se queja del impresionante ruido que sufren en su vivienda por la fiesta de Falkata. Una vez en el portal, ubicado en el parque del Clot de la Mota enfrente de la feria infantil, antes de subir, una anécdota.

Un hombre increpa al oficial de la Policía Local. Le amenaza con denunciarle porque dice que él es el responsable del ruido. Es una muestra del nerviosismo que sufren los vecinos ante la situación que les toca vivir cada fin de semana.

En la vivienda, el matrimonio, de Madrid, cuenta que «llevamos así los últimos tres o cuatro años. Tenemos que estar con las ventanas cerradas y aún así se escucha, es insoportable», narra la mujer. Son las 00.30 horas y en ese momento acaba la música. La discoteca cumple el horario y los vecinos agradecen la rápida llegada de la policía. Otra patrulla acude a una segunda vivienda del mismo edificio.

Al subir al coche, los agentes observan que se está empezando a producir concentración de botellón en el parque del Clot de la Mota. «Esto hay que disolverlo», aseguran. Hay demasiada gente y ven difícil que actúe solo una patrulla. Esperarán a que el resto esté libre para desplegarse por el parque. «Se trata de hacer presión, que los jóvenes vean a los agentes y se vayan», explican. Los agentes explican que «habitualmente», los ciudadanos reaccionan bien ante su presencia. Tienen autoridad. La mayoría de las veces, los denunciados o advertidos se comportan de manera adecuada y entienden las explicaciones de la policía.