­La distancia entre Japón y Valencia supera los 10.000 km. Son necesarios, al menos, dos trayectos en avión y más de una decena de horas para viajar desde la capital nipona hasta el Cap i Casal. Un recorrido no apto para todo el mundo, pero sí para tres japoneses que acudieron este año a vivir la Festa de la Mare de Déu de Algemesí. Única y expresamente con ese motivo. Parece una locura, pero es la historia de Nanao Kobayashi, Sou Suwa e Ippei Nose. Este particular trío de asiáticos participó de las procesiones como si fuesen unos miembros más de los desfiles, ataviados con la vestimenta tradicional valenciana. Dos de ellos tocaban la dolçaina mientras que el tercero hacía lo propio con el tabal. Un pequeño espectáculo que se vivió dentro de uno todavía mayor.

Septiembre de 2011. Un joven turista japonés, Sou Suwa, visita España por primera vez. No es algo inusual. El pasado año los visitantes nipones se contaban por centenares de miles en España. En su viaje, el azar, la fortuna o el destino quisieron que sus pies dieran con Algemesí en plena celebración de la Festa de la Mare de Déu. Quedó maravillado con las procesiones, las danzas y todo el espectáculo de una fiesta que se ha ganado a pulso ser Patrimonio de la Humanidad. Como cualquier primerizo, no dudó en hacer centenares de fotos, grabaciones de vídeo e incluso de audio, para conocer las composiciones musicales tradicionales.

De vuelta a Japón, no dudó en compartir sus vivencias con algunos de sus amigos. Según cuenta el propio Sou, la expresión que salió de su boca sería el equivalente patrio de «¡Hostia!». Una historia de amor se estaba fraguando. Fascinados por la fiesta algemesinense y por la cultura valenciana, empezaron a informarse cuanto pudieron. A través de Internet, conocieron más detalles e incluso empezaron a aprender a tocar los dos instrumentos por excelencia. Todo con una firme intención: regresar a Algemesí, en el futuro, y formar parte activa de sus festejos y actos.

Dicho y hecho. Dos años después de su primera toma de contacto con la Festa de la Mare de Déu, volvió acompañado de Nanao. Y este año, de nuevo, con un compatriota más. Sin apenas conocer el idioma, aunque con un pequeño contacto, se plantaron en la localidad en plenas celebraciones. Los vecinos no saben cómo lo hicieron, pero la cuestión es que llegaron con los trajes regionales y con dolçaina y tabal. La imagen era, cuando menos, curiosa. Tres japoneses, ataviados con los ropajes tradicionales valencias, con los instrumentos autóctonos y con la firme intención de salir a desfilar como unos integrantes más de las fiestas. La realidad muchas veces supera la ficción y este es uno de esos casos. Su contacto en Algemesí, Ferran Tornero, vio a Sou tocar la dolçaina en un vídeo y a partir de ahí surgieron las primeras conversaciones. El japonés le explicó al valenciano cómo había conocido el instrumento y que pensaba acudir a las fiestas de este año. La cuestión de los ropajes es otro cantar. Sou trabaja en una compañía de teatro y allí mismo, a través de las fotos, confeccionaron las vestimentas que lucieron este año.

Una demostración sonora

Algunos pensaron, al verles allí, que se trataba de una broma, pero nada más lejos de la realidad. Y pronto lo comprendieron. El propio Sou realizó una pequeña demostración que cautivó a los oyentes presentes. Con una complicada jota aragonesa dejó patente que su capacidad de digitación era soberbia y que la endiablada velocidad de sus dedos no era la de un simple aprendiz, sino la de alguien que ha ensayado muchas horas para aprender a tocar. Los festeros, alucinados, les buscaron un hueco para salir en las procesiones, mostrando el carácter participativo de las fiestas y haciendo todo lo posible para su integración.

No defraudaron a nadie. Recorrieron las calles de Algemesí, junto a la Nova Muixeranga, durante los tres desfiles. Se integraron entre los participantes como si fueran uno más, como si hubieran crecido formando parte de las tradiciones de Algemesí. Su respeto por la fiesta y el hecho de que no desentonaron (más allá de sus rasgos orientales) provocaron la admiración tanto de los miembros de la procesión como de los vecinos que acudían de público. De hecho, algunos músicos dejaron de tocar en algunos momentos para prestar atención y deleitarse con el buen hacer de los tres japoneses, tanto a la percusión como a la música de viento. Pronto se acostumbraron, también, a otras tradiciones propias de los festejos y los artistas: mojar la caña de la dolçaina en cazalla. Si hay que participar de la fiesta con su gente, se hace como lo hacen los nativos, pensaron.

Ser Patrimonio de la Humanidad por la Unesco implica que historias como estas puedan ocurrir. Una fiesta con una proyección mundial tiene esa posibilidad de llegar a todos los rincones del planeta. La Festa de la Mare de Déu de la Salut de Algemesí ha logrado cruzar las fronteras de Japón. Es más, ha enamorado a un particular grupo de sus habitantes y ha conseguido que ellos provoquen el mismo sentimiento entre sus vecinos, y ahora amigos.