Cuna de artistas que alcanzaron la cima a escala internacional y tierra fértil de yacimientos prehistóricos que vio nacer a obispos, influyentes eruditos y famosos organistas. Primer centro de la industria textil valenciana, lugar donde se cosecha uno de los mejores aceites y enclave estratégico con una superficie forestal inigualable donde conviven un castillo del siglo IX, una parroquia del XVI y un majestuoso convento del XVII. Cuesta creerlo con todos estos galones, pero Enguera era, hasta hace no demasiado tiempo, un pueblo sin historia, huérfano de un estudio completo y riguroso que dibujara una cronología general de su pasado.

El insigne doctor José María Albiñana puso fin a ese vacío en torno a 1929: fue el primero que se atrevió a radiografiar los orígenes y la evolución de la villa partiendo de la prehistoria, después de una meticulosa investigación que le valió al diputado y fundador del Partido Nacionalista Español un galardón de la Academia de la Historia. La obra abonó el terreno y sirvió de referencia para todos los trabajos posteriores, pero, sorprendentemente, había permanecido inédita hasta ahora, reservada a un círculo reducido de curiosos.

88 años después, la Fundación La Sierra acaba de publicar Historia de la Villa de Enguera y de sus hijos ilustres sobre la única copia existente del manuscrito original que Albiñana firmó apenas unos años antes de morir asesinado, en los primeros compases de la Guerra Civil. El empeño de un grupo de estudiosos ha permitido sacar a la luz un volumen de 557 páginas coordinado por José Cerdà y glosado por José Izquierdo. Los diversos intentos por difundir el texto habían sido, hasta ahora, infructuosos. «A los enguerinos nos preocupó muy poco conservar nuestro pasado», reflexionaba ya en 1960 el escritor Miguel Ciges sobre ello.

El tratado ofrece un compendio pionero de los rasgos geográficos, topográficos, geológicos y metereológicos que conforman la villa de Enguera y su sierra. Albiñana buceó en múltiples fondos documentales, pero también hizo mucho trabajo de campo: visitó la kabila de Anyera, en Marruecos, en su afán por dar sentido a la denominación con la que los musulmanes bautizaron a la localidad.

Aunque hay pasajes muy borrosos, el relato resulta de enorme trascendencia para entender cómo se forjó la identidad del pueblo. Cuando se escribió, Enguera tenía 6.000 habitantes, era capital de un partido judicial de 12 consistorios, disponía de juzgados de instrucción y de 11 ermitas. La sierra estaba llena de caseríos y de tres pedanías ahora despobladas. Los miles de olivos recién plantados se convertían en una esperanza de futuro para la economía local y generaban «el mejor aceite de España». Hoy, la población ha perdido peso, está a punto de caer por debajo de 5.000 habitantes y sigue acosada por los fantasmas endémicos del pasado, como la escasez de agua, las malas comunicaciones, el aislamiento socioeconómico o los incendios y talas descontroladas que amenazan el monte, principal patrimonio municipal.

Calamidades y grandes hitos

El libro traza un recorrido por el esplendoroso pasado textil del municipio, reducido a un mero espejismo. La producción de tejidos de lana, iniciada en el siglo XVI, llegó a dar trabajo a 1.375 personas y era un éxito estatal: el ejército español visitó el famoso paño enguerino. Poco queda de esa industria, más allá de la esplanada vacía donde se levantaba la gran fábrica de Piqueras y Marín, antaño símbolo de opulencia industrial de Enguera.

La obra cita a todos los señores que ha tenido la villa, desde Al-Mondhir hasta la familia Borja, y compone un puzzle de las calamidades y los grandes hitos de la historia local. Desde el preciado descubrimiento de un yacimiento de la edad del Bronce hasta la disputa entre Jaime I y su yerno Alfonso de Castilla por la posesión del castillo. Las continuas sequías y las epidemias que castigaron a la población; la crisis del XIX ,que obligó a emigrar a 100 familias; el terremoto de 1748, que destruyó la fortaleza y mató a tres mujeres aplastadas por el campanario y al cura; la rivalidad con la vecina Anna por el agua; el accidente que suprimió la recreación de los Moros y Cristianos en 1900, cuando un participante murió al caer en una peña; pero también la llegada del alumbrado eléctrico o el júbilo desatado con el hallazgo de un gran caudal subterráneo de agua en 1926 que alivió los graves problemas de abastecimiento local. Episodios que construyeron el presente de un pueblo.