La huerta que rodea Sant Isidre de Benagéber, en Moncada, alberga entre cosecha y cosecha, un inmueble histórico que vive oculto entre una gran variedad de vegetación. El camino que separa el núcleo urbano de la zona rural introduce, también, una construcción señorial, casi inaccesible en la actualidad, que sirvió como centro de formación agrícola durante el conflicto bélico español.

Corría el año 1938. La Guerra Civil sobrepasaba su ecuador y en València todavía resistía el bando republicano. Los campesinos de la zona ocuparon la llamada Masía Moroder al inicio de la contienda, una construcción que pertenecía a una familia de burgueses valencianos. Una majestuosa propiedad lo suficientemente grande como para crear lo que sería durante ese último año de resistencia la Universidad Agrícola- Instituto Regional Agro-Pecuario, inaugurada en septiembre del año 1938. La decisión de crear un centro formativo de estas características vino por la necesidad de mejorar el nivel cultural de los campesinos y formar personal cualificado para la gestón de las colectividades. Fue en este contexto cuando la Federación Regional de Campesinos de Levante (Ferecale-CNT) envió circulares a los sindicatos de la región para que enviaran a cursos a sus militantes más capaces. Esta misma federación fue la que puso en marcha la Universidad Agrícola de Moncada con el objetivo de crear técnicos agrícolas.

Sólida cultura profesional

«Vuestra posición en este centro y de cara a la vida esperamos que sea la de recoger una sólida cultura profesional para cumplir la elevada misión de llevar al campo los beneficios de la técnica moderna y humanizar la vida del campesino». Este discurso del director del centro lo recogía el Semanario Vida, «el portavoz de la federación regional de campesinos de Levante» el día de la inauguración de las clases, el 17 de septiembre de 1938. Las lecciones se impartían en el edificio de la masía, las prácticas de agricultura y ganadería tenían lugar en los terrenos limítrofes. Campos y cuadras recogían todo aquello que los cerca de 300 alumnos de la Universidad Agrícola practicaron a lo largo de su aprendizaje. Tras la victoria de Franco en 1939, la masía volvió a ser propiedad privada y el «sueño campesino» terminó en seco.

A escasos dos kilómetros de este monumento histórico, en la ahora estación de Metro de Masíes, una pared todavía recuerda aquel letrero que, con una flecha, indicaba a los alumnos el camino al Instituto Regional Agropecuario. «Hay que conservar este patrimonio histórico. Es necesario que se proteja lo que todavía se ve para que el tiempo y el descuido no acaben con esta prueba histórica», explica Arturo Xerri, investigador local. La fachada de la masía aún hoy conserva ese letrero que da la bienvenida a la «Universidad Agrícola» a pesar del secretismo que rodea la propiedad privada. Las vivencias de aquellos campesinos que un día se sumaron al aprendizaje de la técnica agrícola se camuflan entre grafitis y paredes descuidadas a las que acompaña, cada veinte minutos, el sonido del metro a su paso.