La pasión de Dénia por la cocina no es de hoy, ni de ayer, ni de antes de ayer. Viene de antiguo. Los museos de Dénia también se pueden visitar (todos, incluso el del Joguet) en clave gastronómica. Son un escaparate de cerámicas y vajillas, unas más toscas y otras refinadísimas, que dan muchas pistas sobre la vida cotidiana y la liturgia de la mesa.

«Estos hallazgos, muchos de ellos procedentes de derrelictos, revelan la potencia y diversidad del consumo y del comercio del vino, el aceite y otros alimentos; también nos descubren los gustos estéticos de una determinada época», apunta el arqueólogo y director de los museos de Dénia, Josep A. Gisbert.

Esa alusión a la estética queda clara en las finísimas vajillas de estilo victoriano (Willow Pattern Blue) halladas en el pecio del Parthenon, el vapor inglés que se hundió en 1869 en la costa de Dénia. A Inglaterra llevaba las cajas de pasa y a Dénia regresaba con suntuosas cerámicas que adornaban las mesas de la sibarita burguesía local.

La gastronomía es cultura, placer y celebración, pero también historia y arqueología.

Esta historia gastronómica de Dénia se remonta a la antigüedad clásica. En el siglo V a. C. en Benimaquia, el poblado fortificado ibérico del Montgó, ya se producía vino. Fue uno de los primeros lagares del Mediterráneo occidental. Allí se han hallado ánforas R-1, similares a las de los asentamientos y necrópolis fenicios del sur de la península. Luego, figlinas como la de l’Almadrava produjeron ánforas que llegaron incluso a Roma. El vino, el aceite y las salsas de pescado (garum) de Dianium y su territorio viajaban en estos recipientes. El Museo de la Mar cuenta con una excelente colección de ánforas. Mientras, en el Museo Arqueológico se exponen cerámicas campanienses o de barniz negro de los talleres de Nápoles. Se usaron desde el siglo III a. C. hasta la época de César.

En época andalusí y, en concreto, en el momento almohade, de los alfares de Madina Daniya salieron ollas, cazuelas, ataifores, redomas o tannur (hornos portátiles). Esta cerámica ha aparecido en castillos o hisn como los de Segària y Ambra. «Esas piezas genuinas de los alfares de Dénia también llegaron a la Safor, la Marina Baixa y la Vall d’Albaida», señala Gisbert.

Una pieza singularísima es un plato decorado con el primoroso dibujo de una perdiz. Da una idea de los manjares de la época. Se halló en el derrelicto Català y está datado en el 1290. Es una de las primeras producciones del área de Barcelona y Manresa. La corona catalano aragonesa acababa de conquistar Sicilia y en este plato se ven las influencias estéticas de los artesanos de esta isla.

Mientras, del derrelicto Martos/Reyes procede un jarrón de vino verde manganeso de Paterna. Está datado en el siglo XIV.

Está visto que del mar (el comercio marítimo ha tenido históricamente en Dénia una fuerza extraordinaria) han «emergido» muchos de esos hallazgos vinculados a la gastronomía. El mar, esa maravillosa «despensa» de la cocina dianense, también guarda estos otros tesoros.

El Museo Etnológico evoca el siglo XIX, el del esplendor de la exportación de la pasa. Expone ollas y pucheros de las alfarerías de Potries (la Safor) y de Orba y Orbeta. La cerámica es más sencilla. Revela cómo vivían y comían las clases populares. El contrapunto es las finísimas vajillas Willow Pattern Blue con motivos orientales que adornaban las mesas de la burguesía. Éstas se exponen en el Museu de la Mar.

El Museu del Joguet también permite una lectura gastronómica. La potente industria juguetera de Dénia se inspiraba en la vida cotidiana. El carrito en miniatura de helados refleja que el día a día se colaba en los juegos de la infancia. La fábrica de Carrasco y Viuda Hijos de Marzal lanzó en los años 20 y 30 reproducciones en hojalata de cacharros de cocina. Las «cuinetes» era otro de esos juguetes que las niñas pedían a los Reyes Magos. Esos juguetes relacionados con la cocina se popularizaron. El tren Carcaixent-Dénia transportaba los lotes. La primera parada en la que se vendían era el mercado de Gandia.