No es trastorno privativo de Francisco Camps, sino común a todos los que ocupan la poltrona del poder, esa agradable sensación de sentirse elegido por el destino para las más altas misiones. Ayer el presidente aparecía triunfante en su discurso del Nou d$27Octubre, tras la inauguración, el día anterior, del Palau de les Arts y semanas después del pacto que ha cerrado un proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía avalado por el PP y el PSOE. Pero es propio de la necesaria prudencia y discreción que caracterizan a los buenos políticos no dejarse llevar por el coro de voces que se oyen desde el trono.

Por una parte, es lícito estar orgulloso del Palau de les Arts. Pero no hay que olvidar que tiene importantes defectos, como se destaca en las páginas de cultura. Y decir que «nos conectará a los circuitos internacionales de mayor prestigio en el mundo de la música» es, cuanto menos, inexacto, porque eso ya lo hizo el Palau de la Música. Quizá el presidente quiso decir «en el mundo de la ópera».

En cuanto al Estatuto y sus metáforas, Camps aprovechó el pacto para sacar pecho autonómico dentro de la doctrina del PP de las buenas reformas dentro de la Constitución y no como otras (la del Estatuto catalán). «Apostábamos -decía ayer- por un modelo que que reforzara la estabilidad política e institucional de nuestra Comunidad, y también del conjunto de España». Se trata de una reforma «que surgía de la Constitución y que respetaba su articulado» porque la Constitución «es punto de partida, punto de encuentro y punto de destino para el pueblo valenciano». No pensaba lo mismo la Alianza Popular que se opuso en 1978 a esa Constitución que ahora glorifica su sucesor Camps. Pero este señala que «este momento que vive nuestra Comunidad no ha pasado desapercibido a los observadores nacionales» pues «alguno de ellos en sus revistas y rotativos lo comparan abiertamente a nuestro siglo de Oro». Debe ser eso lo que tiñe todo de dorado.