­Cuando en 1980 comencé a dar clases de historia del arte, un libro me sirvió desde el principio como manual de cabecera: Medios de masas e historia del arte. En él, por primera vez en España, Juan Antonio Ramírez situaba lo que conocemos como Historia del arte en el seno del amplio fenómeno global de la comunicación de masas: el «arte» no era sino un aspecto más de ese gran arte que afecta a todo el mundo que son los medios. Años después, en un precioso congreso que compartimos en La Habana, me dijo: «Ahora está poniéndose de moda lo que llaman Cultural Studies, pero tú y yo venimos haciendo exactamente eso desde hace treinta años». Y, efectivamente, el profesor Ramírez se dedicó durante bastante tiempo a escribir sus libros tocando los más diversos temas relacionados tanto con el arte como con los medios. Algunos de sus títulos y temas apuntaban a ello directamente: El comic femenino en España (1975); el excepcional libro La arquitectura en el cine. Hollywood. La edad de oro (1986) en el que se estudiaba por primera vez la escenografía fílmica, o Construcciones ilusorias, en el que analizaba la descripción pictórica de la arquitectura… En los últimos tiempos se estaba dedicando a estudiar la herencia de Marcel Duchamp (su libro Duchamp. El amor y la muerte, incluso, se ha convertido en imprescindible para el conocimiento de este artista) a través de la utilización del cuerpo como motivo artístico: como resultado están sus libros Corpus solus (2003) y Edificios-cuerpo. Cuerpo humano y arquitectura: analogías, metáforas, derivaciones (2003). Cuando la muerte lo ha sorprendido inesperadamente estaba preparando un trabajo sobre la Torre de Babel.

Juan Antonio Ramírez era catedrático de historia del arte en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), y generaciones de discípulos aprendieron en sus clases a mirar el arte, y el mundo, de otra manera. Desarrolló además una extraordinaria labor editorial, asesorando con gran acierto editoriales como Alianza, Cátedra y Siruela y dirigiendo colecciones.

Era un ser humano cariñoso y exigente: sencillo, divertido, solidario, revulsivo e impulsor de cuantas ideas nuevas aflorasen.

Con su desaparición se pierde una de las mentes más preclaras de la historia y la crítica de arte en España, y deja un vacío hondo en todos los que lo conocimos y admiramos por su labor y por su humanidad.