La reunión se celebró en un bareto de Valencia. Corría la primavera del 85. En aquel contubernio ahumado en nostalgia de clandestinidad llevaba la voz cantante Vicente Pérez Plaza, persona a las órdenes de Rafael Blasco Castany (Alzira, 9 de febrero de 1945) en la Generalitat e ideólogo suyo desde que ambos militaron en el PCE (Marxista-Leninista). «Venancio Vega» — era el alias de Pérez— estaba en misión de conquistar almas del PSPV para un «blasquismo» que ganaba pujanza desde la Ribera. Todos quedaron embelesados con el consejo: «Si queréis entender la política, tenéis que ver El Padrino».

Los detractores del nuevo portavoz del PP en las Corts, que son legión, sostienen que aquel hijo de republicano liberal represaliado por Franco se ha inspirado en Puzo y Coppola porque tiene una enfermiza ambición que no repara en medios para lograr fines. Sus admiradores, que también abundan, destacan su gran capacidad de trabajo y la personalidad cautivadora de quien en el trato resulta cercano, afable y literalmente encantador.

Lleva 27 años —salvo un lustro de paréntesis—en el Consell con cuatro presidentes (Lerma, Zaplana, Olivas y Camps) y en partidos antagónicos, como el PSPV y el PP. Tiene más vidas que el malo de «El Cabo del miedo». Como el personaje de De Niro, el siete veces conseller (de palos tan distintos como Presidencia, Obras Públicas, Empleo, Bienestar Social, Territorio, Sanidad e Inmigración) ha sido políticamente dado por desaparecido varias veces. Y por muerto. Pero resucita. Porque a Blasco le das un palillo, lo dejas en medio del océano y flota. Blasco siempre flota.

Su alma de superviviente está en los genes de quien nació junto al Xúquer y de pequeño veía correr a la gente para salvar sus enseres de las riadas. El espíritu combativo se modeló en la lucha antisistema, a finales de los sesenta, en el PCE (Marxista-Leninista), que alumbró el Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP). «Carlos», su nombre de guerra, estaba resuelto a instaurar la dictadura del proletariado a través de la lucha armada y la movilización de masas. Era tal su ortodoxia que, en 1977, decidió, con Venancio, expulsar a algunos correligionarios a los que acusaron de fraccionalistas por reclamar la puesta al día de la organización tras la muerte de Franco.

Blasco entendía de fracturas. A principios de los 70 protagonizó una escisión del Movimiento Comunista de España (MCE) para montar el MCE fracción marxista-leninista. Con esa marca entró en el PCE (M-L) y el FRAP. Es más, Blasco, Venancio y Josep Garés (fue tránsfuga socialista en las Corts) rompieron con el PCE (M-L) de Raúl Marco y Elena Odena y montaron nuevo partido que no cuajó. Sus ex compañeros los tildaban de «mencheviques sarnosos», pero ellos se proclamaban PCE (M-L) «auténtico» y luego se llamaron «La Causa», como su órgano de expresión.

Defender sus convicciones le costó la cárcel. Una vez fue detenido en la frontera de regreso de una reunión del exilio en Francia. El indulto tras la muerte de Franco le abrió la puerta de salida de la Modelo de Barcelona.

Superó el percance judicial

Su compromiso político arrancó estudiando Derecho. En el Sindicato Democrático Universitario, enfrentado al falangista SEU, contactó con un tal Ciprià Ciscar, que después se convirtió en cuñado. Porque a través de él conoció a Consuelo Ciscar, que sería su mujer. Antes fue secretaria personal del presidente Lerma. Por aquel entonces (1982-85), Blasco era subsecretario de Presidencia y, desde 1983, conseller de ese área.

«Lerma confiaba ciegamente en él», explica un dirigente socialista de la época. Todo cambió cuando, a finales de 1989 y siendo conseller de Obras Públicas y Urbanismo (Coput), estalló el caso Blasco. Una directora general suya, Blanca Blanquer, denunció en Fiscalía a dos funcionarios por ofrecerse, a cambio de 500 millones de pesetas, a reclasificar suelo en Calp. Se intervinieron teléfonos y se descubrió un posible amaño en la venta de una parcela de la empresa pública Ivvsa en Paterna. El 28 de diciembre de 1989, Lerma lo destituyó. Blasco y otras cinco personas se sentaron en el banquillo. El juez instructor era Juan Climent, el que presidiría el juicio a Camps si el Supremo levanta el archivo por el presunto cohecho en los trajes Gürtel. La Sala de lo Civil y Penal del TSJ —de la que ya formaba parte Juan Montero, único magistrado que se negó a archivar el presunto cohecho de Camps— anuló la cintas y, en julio de 1991, absolvió a los acusados.

Pero el caso Blasco tuvo mucho recorrido político. El PP ganó un aliado sólido por ese principio de política internacional según el cual el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Blasco se afilió al PP en julio de 2004, recién perdida la Moncloa, pero catorce años antes juró desprecio eterno al PSOE. Siempre sostuvo que Lerma lo aniquiló para eliminar competencia.

Echar al PSOE por principio

Primero atacó por el flanco nacionalista al impulsar, en 1993, Convergència Valenciana, intento fallido de aglutinar el regionalismo de Unión Valenciana con el nacionalismo fusteriano. Y en enero del 95 hizo su gran declaración de fe: «Estoy dispuesto a trabajar con cualquier partido para echar al PSOE».

Zaplana tomó nota y lo fichó. Nada más acampar en el Palau lo nombró subsecretario. El ex alcalde de Benidorm hizo un triple: incorporó a un profundo conocedor del enemigo o rival (socialistas y UV), se dio un barniz centrista para maquillar la imagen de derechona del PP y logró un aliado en un territorio, Valencia, en el que el ex presidente nunca fue uno de los nuestros para los poderes fácticos de la derecha. Siempre vieron en Zaplana a un arribista.

Hoy, Blasco ha consolidado un poso de admiración en las bases del PP. Para que no lo convierta en tropa, Camps no se ha atrevido a hacerlo secretario general. Máxime cuando ha sindicado acciones con el presidente provincial, Alfonso Rus. No tenía pedigrí popular —en privado hablaba de «los del PP», como si no se sintiera del clan—, pero, como profesional de la política, se ha aplicado en la defensa del partido y se le reconoce el mérito.

En Canal 9 sale más que el presentador para promocionar al PP y a sí mismo. Porque Blasco es un gran comercial. Y en su catálogo destaca el producto Rafael Blasco. No en balde, de joven se curtió vendiendo enciclopedias a domicilio. Él ha ayudado a hinchar leyendas sobre su figura construidas, eso sí, sobre certezas. La historia del hombre fuerte de Camps es como esas películas basadas en hechos reales, pero con un punto de ficción.

Él cocinó a Giddens para que Zaplana se proyectara como librepensador, con la ponencia La España de las oportunidades, en el congreso nacional del PP de 1999. En su tarjeta de visita aparece la palabra estratega. Impulsó la operación de fagocitar a UV para que el PP apuntalara una mayoría absoluta que que en junio cumplió diez años. Para ello, diseñó una estrategia de patrimonialización de las señas de identidad y hasta apropiación de la herencia política de Vicente González Lizondo, fundador de UV. La hegemonía social del PP se ha edificado sobre esa asociación identitaria metonímica entre la parte y el todo. Lo valenciano es el PP, como Pujol era Cataluña; Bono Castilla-La Mancha o Fraga, Galicia. El resto son traidores a la patria. Y en el resto está Zapatero, que margina a la Comunitat con su «valencianofobia», llegó a decir.

Siempre lo negó, pero consumadas sus operaciones para aglutinar a todo el centro-derecha, se atrevió a impulsar una formación para arañar votos al PSPV. El Partido Social Demócrata (PSD) se constituyó, en 2006, a partir del PSI de Alzira, formación creada por los blasquistas cuando Francisco Blasco —el mayor de la saga y ex presidente de la diputación— fue desalojado de la alcaldía en una moción de censura impulsada por su propio partido, el PSPV, tras el escándalo judicial de su hermano.

Del FRAP a la FAES

Es persona de acción, pero nunca descuida la teoría. Es uno de los puntales del mito. Igual regala a la prensa «No pienses en un elefante», de Lakoff, gurú de la izquierda norteamericana, que asiste a un curso de la fundación FAES, el «think tank» del ala más conservadora del PP, presidido por Aznar.

Obsesionado por gestionar poder, a la manera casi borgiana, ha actuado en áreas de influencia social como el fútbol. Forzó a Paco Roig a vender su parte del Valencia CF a Juan Soler y pirarse. Incluso intervino en el esperpéntico intento de la uruguaya Dalport de quedarse con el club de Mestalla.

La trayectoria de este albacea de las devaluadas acciones de Camps demuestra que quien acuñó el concepto erótica del poder pensaba en Rafael Blasco Castany. Se diría incluso que a veces ha transitado por el linde entre la erótica y la pornografía del poder.