­Si dura es la situación de los menores en centros de día, especialmente sensible es el estado en que se hallan los 1.254 niños y adolescentes valencianos que viven en centros residenciales las 24 horas del día durante los 365 días del año. Son lo más parecido —aunque a años luz— de los antiguos orfanatos. Allí residen los chicos cuyo entorno familiar incumple las mínimas garantías de protección, según la administración o un juez. La casuística es muy variada: hijos de padres fallecidos, ilocalizados, en prisión, enganchados a la droga o incapaces de hacerse cargo de sus vástagos. También hay menores que, simple y llanamente, están solos en el mundo.

Es el caso de Hakim, un marroquí de 16 años hospedado en el centro de acogida de menores del Cabanyal, en Valencia. Sin perder la timidez y con un lenguaje muy básico, Hakim cuenta que cruzó el estrecho en barco hace tres años y medio porque «aquí hay más oportunidades que en mi país». Sus padres se quedaron en Marruecos y vino sólo con un hermano. La Generalitat asumió su tutela y lo ha enviado al centro de acogida del Cabanyal. Antes de que pasen dos años, se verá obligado a salir del centro. No tiene estudios («es demasiado difícil para mí») y lucha en un taller prelaboral por aprender a manejarse con el hierro y el aluminio para, al menos, salir a la calle con el oficio de soldador.

Tutela pública o guarda temporal

Hay 92 centros residenciales de este tipo en la Comunitat. En Valencia, uno con solera es el centro de acogida Niño Jesús, de la calle San Clemente. Funciona desde 1892 y en la actualidad alberga a 48 menores de 4 a 18 años. Unos permanecen con tutela pública; y otros están en situación de guarda temporal hasta que mejore su ambiente familiar. Los residentes del Niño Jesús se estructuran en pequeños grupos, en pisos de 8 a 10 personas, para dar la máxima sensación de recogimiento familiar. Asisten a colegios cercanos y en el centro de acogida reciben refuerzo escolar, practican actividades de ocio y son atendidos en su problemática de forma individual.

El responsable del centro, José Andrés Parra, explica que «se intenta conseguir el mejor clima posible, pero a los chavales les falta lo primordial, que es el ambiente familiar. A partir de ahí, es inevitable que se encuentren desestructurados». Son los más vulnerables entre los vulnerables. Y con un horizonte teñido de incertidumbres.