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"Yo nací en Valencia, el 24 de marzo de 1937, durante un bombardeo". Joselino Vaamonde Horcada, llegó al mundo en el ático del número 52 de la calle Colón, mientras su padre se encargaba de salvar el Tesoro Artístico de las bombas franquistas. Sin embargo, desde los dos años, reside en Caracas, donde su progenitor vivió en el exilio hasta que falleció en 1986.

Joselino, también arquitecto, defiende que aquella gesta "nunca la hubiera podido hacer un sólo hombre". "Fue obra no de un equipo, sino de un equipazo multidisciplinar", asevera antes de criticar a Josep Renau, "mi papá decía de él que en su libro sobre el salvamento, una mala copia por cierto del publicado por mi padre en 1973, la palabra que más se utilizaba era 'yo'".

Por ello niega que su padre actuara en las Torres de Serranos y El Patriarca bajo la supervisión del entonces director general de Bellas Artes. "¡La dirección fue de Azaña en persona! Mi padre tenía hilo directo con el presidente, del que era compañero de partido y amigo, por lo que conseguía a través de él todo lo que necesitaba para proteger las obras de arte". Prueba de este apoyo es que Azaña, aunque Vaamonde estaba todavía convaleciente de un accidente de tráfico que sufrió en Valencia -"un camión que huía de un bombardeo embistió su coche y estuvo a punto de perder las dos piernas"- lo nombró comisario adjunto en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937. Desde allí mostro al mundo el trabajo que la Junta de Salvamento hacía en Valencia.

"La Internacional" en El Patriarca

De su padre cuenta que ante la dudas mostradas por el ex director del British Museum, sir Frederic Kenyon, durante su visita a las obras de Serranos, le hizo pasar por entre el mallazo para comprobar su resistencia, rompiéndose un zapato en el intento de demostrar su robustez. Tuvo éxito, pues sir Kenyon acabó alabando las medidas de protección antiaéreas. Sin embargo para él la operación "más delicada" fue en El Patriarca. "Allí se trabajo de sol a sol, con la mirada puesta en no dañar el monumento". Al final de una de aquellas largas jornadas, "a las tres de la noche, un operario se sentó al órgano y La Internacional retumbó por toda la iglesia".