­

«Nunca me debí casar porque ya estaba enamorado de mi actual mujer». Pero Juan fue víctima de la inercia. Los años de noviazgo y la presión social lo empujaron al altar. Pero de quien estaba enamorado era de aquella compañera de trabajo en la entonces próspera fábrica de señales de tráfico Saludes. El amor era correspondido. Las huelgas y la circunstancias personales fueron complicando la vida al mecánico matricero que, a finales de los sesenta y como encargado, tenía una cómoda posición económica. «Algunas semanas ganaba 5.000 pesetas; compré un Seat 600.. pero no podíamos seguir así», reconoce. A los 33 años decidió ir de cara y plantear a su esposa un acuerdo privado de separación. «Era muy buena mujer», piensa en voz alta. Juan se lo dejó todo. Se fue a Alemania con lo puesto. Con una maleta y «vestido de marrón», una metáfora de la situación. La pareja imposible (él casado y ella soltera y diez años menor) urdió el plan de emigrar y verse allá.

El convenio firmado por España y Alemania para la emigración con contrato de trabajo fue clave para elegir destino. Entre 1962 y 1977, más de 600.000 españoles se acogieron al acuerdo bilateral. Ellos eran exiliados por amor, «represaliados civiles» dice la hija.

¿Y cómo dio Angelita en casa la noticia? La zozobra política y sindical sirvió como coartada en la empresa y de cara a la familia, pero el séptimo sentido que Dios ha dado a las madres (el de la adivinación) y los rumores que circulaban redujeron todos los argumentos a un titular: «Angelita se fuga con un hombre casado». En Alemania cada uno vivió en la residencia que le puso su respectiva empresa. A 20 km uno del otro. «Sólo los domingos salíamos juntos», quieren subrayar los dos. Militaban en el PCE y no eran nada religiosos, pero sí hijos de una educación y un tiempo.