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La presunta víctima de abusos sexuales cuenta a los carmelitas, en un manuscrito de cuatro páginas, todos los detalles del acoso que dice haber sufrido. Los hechos se remontan a septiembre de 2007. «Tras realizar una peregrinación (...)», el cura le propuso ser monaguillo. «Comencé el servicio (...) como una experiencia puramente espiritual», dice. «Con el tiempo, el padre (...) comenzó a cogerme de la mano, un gesto que me desagradaba pero que yo consentía al pensar que buscaba apoyo de carácter moral». Le preguntó si eso le «molestaba», pero al joven le pareció «absurdo» y le dijo que no. A los dos meses, el cura empezó a invitar al chico a ir al monasterio a descansar en un sofá, pero el joven no sospechó «absolutamente nada».

«Recuerdo un sofá, sobre el que el padre (...) me invitó a tumbarme, pero me extrañó que él se tumbó junto a mí», admite, con todo, en su relato. Fue en esos momentos cuando el cura se le «acercaba por detrás». «Por aquella época, el padre (...) solía decirme que estaba hecho un hombre». Hasta que llegó el día fatídico. «Estaba estudiando para un examen de inglés», cuando lo invitó de nuevo a descansar. «Presentí algo malo», dice, y por eso «rechacé la oferta», pero el cura «volvió a insistir». A la tercera, accedió.

Caminaban «en silencio». «Él iba delante». «Fuimos al monasterio, pero esta vez no nos dirigimos a la sala» de siempre, sino a «una gran puerta cerrada con candado». El cura la abrió y la cerró de nuevo. «Subimos unas escaleras que llevaban a una planta con habitaciones que años atrás fueron ocupadas por otros carmelitas», explica. «El padre (...) se detuvo en una de las puertas cerradas con llave y la abrió». «En una esquina y en el suelo había un colchón» y el sacerdote «me invitó a echarme». «Él se tumbó detrás de mí» y se fue pegando cada vez más al monaguillo.

El texto es mucho más prolijo en detalles sobre la «pesadilla» que dice haber vivido. Tras los «tocamientos» y preguntarle si «quería hacerlo», el joven le pidió irse. «Salí de la habitación y el padre (...) me siguió sollozando, de rodillas e implorando perdón». De vuelta, en el coche, «me pedía perdón» por haber sucumbido a «la tentación».