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La economía suecana del siglo XIX era fundamentalmente agraria. "En cien años se había duplicado el número de hanegadas dedicadas al cultivo de arroz, en detrimento de otros cultivos y, a la vez, los habitantes habían más que triplicado su cifra. Sueca, pues, se engrandecía a costa del arroz", argumenta Josep Lluís Fos en su trabajo "Cent cinquanta anys d'història", en la revista Manoll. El siglo XX, continúa Fos, "aumentará y dinamizará pero no diversificará este espectro del que sería un esquema agrícola arrocero".

La sociedad, por su parte, experimenta un profundo cambio. Los suecanos pasan de ser un pueblo de labradores al servicio de los grandes latifundistas, que en muchos casos vivían en Valencia o en otros pueblos, a convertirse en propietarios agrícolas de cierta importancia. El historiador Antoni Carrasquer apunta que "en el siglo XIX la sociedad local se transforma y empieza a creerse el poder que tiene a causa del cultivo del arroz".

Boda con el Barón de Cárcer

En este contexto socioeconómico, María Baldoví y Miquel, representa el recuerdo más vivo que los suecanos tienen sobre esta familia. Su reconocimiento en el entorno de la nobleza vino condicionado por su matrimonio con Joaquín Manglano y Cucaló de Montull (Valencia, 1892-1985), Barón de Llaurí, Barón de Cárcer, Caballero de Montesa y primer alcalde de Valencia tras la Guerra Civil. Contrajeron matrimonio en la Basílica de la Virgen de los Desamparados de Valencia el 22 de abril de 1922.

De familia adinerada, llegó a acumular un extenso patrimonio en la capital de la Ribera Baixa, entre el que se encontraban grandes extensiones de tierra de cultivo de arroz. En su legado todavía constan propiedades inmobiliarias en Sueca. Algunos de estos locales están ocupados por negocios que están funcionando en la actualidad. Era dueña de todas las casas de la calle Orient de Sueca, aunque algunos inquilinos ejercieron en su día su derecho a compra. El patrimonio mantiene en la actualidad una docena de estas viviendas, lindantes con un secadero interior. Además también consta el casino del Centro Cultural Católico La Lealtad, históricamente ligado al movimiento carlista local.

A pesar de que no existe un fondo documental local que recoja la genealogía de esta saga, el peso del linaje Baldoví en la sociedad suecana durante los siglos XIX y XX, es innegable. La familia, a través de sus distintas generaciones realizó importantes aportaciones a la ciudad de Sueca construyendo edificios emblemáticos.

Una de las aportaciones inmobiliarias es la de la capilla de San José, construida al mismo tiempo que el colegio María Auxiliadora y adosada a él. Según investigaciones del historiador Rafael Morell, en el año 1815 Antonia Baldoví de la Viña (Sueca, 1747-1826), hija de José Baldoví Castillo y de Teresa de la Viña, edificó la ermita en la parte posterior de su casa, que daba a las calles de La Punta y Barrot. Mujer de gran convicción cristiana, desdicó la capilla a San José. La fundadora, a través de escritura notarial se comprometió a conservar la capilla hipotecando su propia casa y su renta anual, que ascendía a 90 libras de la época, según Morell.

Nuevos tiempos

La idea de construir una nueva capilla surgió de Agustín Baldoví Beltrán (1823-1893), abuelo de María Baldoví y Miquel. El objetivo era construir un asilo o colegio para impartir enseñanza adosado a la capilla e instalar una nueva fundación. En 1892 derriban la casa de la calle La Punta para construir el nuevo edificio. Seis años más tarde vuelven a celebrarse las misas diarias en el altar de San José de la parroquia de la Mare de Déu de Sales.

Actualmente, todavía se conserva un escudo de armas, donde se representa una parte del árbol genealógico de los miembros de la familia que participaron en la construcción y conservación de la capilla. Junto a ésta se encuentra la cripta donde se guardan los restos de 16 miembros de la familia. Posiblemente por ello, y no por desidia, el panteón familiar del siglo XIX, ubicado en el Cementerio de Sueca, esté abandonado.

Teresa Cardona y Burguera (fallecida en 1898), donó sus bienes para la edificación del Asilo de Ancianos, al enviudar de Antonio Baldoví Beltrán (fallecido en 1890). La construcción, obra del arquitecto local Buenaventura Ferrando, se realizó a principios del siglo XX (1909-1919). De estilo modernista, es un edificio emblemático de la ciudad, y sobre todo, una entidad de caridad muy estimada en la población. Actualmente está regentado por la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. El asilo alberga el panteón familiar de la donante.

La Baldovina, mantuvo en vida la tradición devota de la familia. Prueba de ello es su voluntad de constituir una fundación que, con parte de su patrimonio, sería utilizada por la Iglesia y el municipio para llevar a cabo iniciativas con fines sociales.