Cuando Simon Mahdessian subió al tren que le llevaba a Aquisgrán, tras evadirse del campo de concentración de Dessau, tal vez no era consciente de que la chocolatina que llevaba en el bolsillo de su chaqueta iba a ser el pasaporte a su tercera vida.

Al bajar del convoy en la estación de esta ciudad alemana pensó que todo había acabado al ver soldados nazis patrullando por el andén. Sin papeles era presa fácil. Además, tampoco le ayudaba su negativa a aprender alemán durante su cautiverio. "Jamás quise aprender ese idioma, lo odio, ya que nunca olvidaré que Alemania se alió con los turcos para masacrar a los armenios", dice al recordar que el Imperio otomano lucho del lado del Káiser en la I Guerra Mundial.

Entonces, se le ocurrió darle la chocolatina a una niña que, junto a su madre, esperaba en el andén. Aquel inesperado regalo debió parecerle a la pequeña un dulce tesoro en aquellos tiempos de guerra, ya que se abrazó al evadido como si fuera su padre. "Eso debieron pensar los alemanes, que pasaron a mi lado sin molestarse en interrogarme", revive emocionado.

Tren hacia la libertad

Los más de 100 años de recuerdos que guarda no le impiden revivir su huida hasta llegar a una localidad de las afueras de Bruselas, desde donde partió en otro tren hacia la Francia ocupada junto a dos evadidos más. En este último viaje hasta la celebre estación de la Gare du Nord de París, contó con la ayuda de los maquinistas, que resultaron ser dos miembros de la Resistencia, y los escondieron entre la carga de carbón que alimentaba a la locomotora, "el único lugar que no registraron los soldados alemanes", añade entre risas.