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La muerte de Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833, abrió una disputa por la sucesión que acabó en una guerra civil entre absolutistas y liberales. Los sectores privilegiados del régimen señorial que veían como la creciente burguesía amenazaba sus privilegios, la nobleza y la Iglesia, inauguraron el carlismo al respaldar a Carlos María Isidro, hermano del monarca. Éste se proclamó heredero del trono que el rey había legado a su hija de tres años, la futura Isabel II.

Estos defensores del antiguo régimen, cuyas filas nutrieron miles de campesinos empobrecidos a los que la privatización de los comunales había convertido en desposeídos, se alzaron en armas contra la regente y viuda de Fernando VII, la reina Maria Cristina, a la que apoyaban los liberales. Los pronunciamientos carlistas llegaron al entonces Reino de Valencia el 12 de noviembre, cuando en Morella se gritó por primera vez el «¡Viva Carlos V, rey legitimo de España!».

¿Pero que convirtió a Ramón Cabrera y Griñó, según el historiador Vicente Sanz, «un clérigo tortosino poco aplicado y algo pendenciero», en la personificación del carlismo valenciano? Este investigador cuenta en «La Gran Historia de la Comunitat Valenciana» publicada por Levante-EMV que Cabrera, nacido el 27 de diciembre de 1806 en Tortosa, iba para cura. Ingresó en el seminario de esa ciudad tarraconense en 1825 y recibió las órdenes menores en 1831, pero nunca fue ordenado sacerdote.

Del seminario a la trinchera

Tras la toma de Morella por los carlistas, Cabrera huyó de Tortosa para alistarse en las filas rebeldes. Sus conocimientos de seminarista le propiciaron un fulgurante ascenso, hasta el punto que en apenas dos años, tras la captura y fusilamiento de su predecesor por los isabelinos, fue ascendido a jefe de las tropas carlistas de Valencia y Aragón con 5.000 hombres a su mando.

Consciente de que las partidas carlistas estaban peor pertrechadas y preparadas que las tropas liberales, siempre rehuyó el combate a campo abierto, de ahí que su recurso a la táctica de la guerra de guerrillas en las montañosas castellonenses le valiera el sobrenombre del Tigre del Maestrazgo.

Matanza en Burjassot

Un felino que, sin embargo, no estuvo siempre agazapado pues la necesidad de conseguir recursos le obligó a realizar frecuentes incursiones en la rica Huerta de Valencia, llegando a las mismas puertas de la capital. Estas ofensivas tuvieron resultados sangrientos, como la ocupación en marzo de 1837 de Burjassot, donde Cabrera fusiló a 700 isabelinos. La espiral de violencia se llevó por delante incluso la vida de su madre, María Griñó, a quien los liberales ejecutaron en una operación de castigo contra el Tigre. Éste, en represalia, pasó por las armas a cuatro mujeres familiares de mandos isabelinos.

Cabrera se negó acatar el Convenio de Vergara, con el que en 1839 carlistas y liberales pusieron fin a la I Guerra Carlista, y siguió batallando por su cuenta. Pero los isabelinos concentraron sus fuerzas ante las murallas de la capital dels Ports, que caería en mayo de 1840. El Tigre, no obstante, no escondió sus uñas y mientras se batía en retirada al frente de sus 20 batallones por Cataluña intentó atrincherarse en Berga, pero acabó cruzando los Pirineos el 6 de julio de 1840.

En la II Guerra Carlista (1846-1849) volvería a la carga al atravesar la frontera en junio de 1848 al mando de 12.000 hombres. Cayó herido en la batalla de Amer, junto al río Ter, donde una bala lo dejó cojo para siempre. Derrotado por segunda vez, en abril de 1849, enfiló otra vez el camino del exilio para no volver jamás a reinar en el Maestrazgo.

De héroe a «rebelde del carlismo»

Tras la derrota en la II Guerra Carlista, el Tigre del Maestrazgo acabó refugiándose en Londres, donde fijó su residencia definitiva tras casarse en mayo de 1850 con una rica heredera británica. Cabrera nunca volvió a participar en insurrección alguna, de hecho se apartó del nuevo pretendiente carlista , Carlos VII, al rechazar su proyecto de sublevación que dio lugar a la III Guerra Carlista (1872- 1876), por lo que fue declarado «rebelde al carlismo». En el ocaso de su vida abrazó la Restauración y el ascenso al trono de Alfonso XII, quien una vez coronado lo premió manteniéndole sus títulos nobiliarios y grados militares. Cabrera falleció en su apacible residencia victoriana el 24 de mayo de 1877. Tenía 70 años. R. montaner valencia