La fauna popular luce hoy trajes de Forever Young y hasta de Antonio Puebla. Saca pecho, barbilla levantada. Incluso algún miembro del Consell se mueve con aires de mariscal de campo. Pero hubo un tiempo en que las cosas eran bien distintas. Los socialistas habían comenzado a apreciar las corbatas de seda italiana y en el PP -entonces Alianza Popular- el pedigrí se medía por el número de botones desabrochados en la pechera. "En 1987, cuando vino [Antonio] Hernández Mancha [ex presidente nacional de AP], nos hizo unos pagarés de 5.000 pesetas. Íbamos con eso y al que daba dinero le entregábamos el recibo y nos quedábamos la matriz con su nombre. ¡Nadie quería el papel! ¡La gente no quería comprometerse con el Partido Popular! A mí no me saludaban", recuerda Martín Quirós, quien protagonizó la travesía del desierto de la derecha valenciana desde la dirección del grupo popular en el Ayuntamiento de Valencia entre 1983 y 1991.

"Había dos socios, uno de los cuales lo último que hizo antes de morirse fue comprar 3.000 aparcamientos en Madrid, y el otro me dijo 'para la campaña, 50.000 pesetas'. Para estos tíos eso no era nada, un aperitivo. Y a los dos días me llama el otro socio y me dice 'oye, tú, que te ha dado 50.000, ¿me puedes devolver 25.000? Tómalas, c... (se ríe). Eso era el partido entonces", evoca el popular. Nada que ver con el río de millones de las campañas coreografiadas por El Bigotes.

"A mí me dejaron enganchado con 7 millones de pesetas", recuerda quien fue el cartel popular al Ayuntamiento de Valencia en los comicios de 1983 y 1987. "Cuando acabó la campaña del 87, me fui con los gastos y lo que había recaudado a [Ignacio] Gil Lázaro [entonces presidente provincial de AP en Valencia] y me contestó: 'Ay, pues vino por aquí [Luis] Bárcenas [luego tesorero nacional del PP que ha acabado dimitiendo por el caso Gürtel] a ver lo que había sobrado y se lo ha llevado todo'. ¿Y qué hago yo con 7 concejales para devolver siete millones? 'Ya os apañaréis', me dijo. Déjame que hable con Bárcenas, le pedí. Y fui a éste y le dije 'nosotros no podemos pagar eso y el 10% del sueldo al partido. Si nos exoneráis del 10%, con eso pagaremos porque yo tengo 7 concejales y 5 funcionarios'. Pedimos un préstamo en la Caja de Ahorros de Torrent y lo devolvimos así".

Este episodio provocó tiempo después un encontronazo con Pedro Agramunt, el presidente de la patronal al que Fraga dio el liderazgo del partido, con la aureola de que iba a regar económicamente la organización. "En una ejecutiva Agramunt, conmigo sentado a su derecha, dijo: 'Lo que no puede ser es que aquí haya grupos políticos que no pagan el 10%, por ejemplo el de Valencia'. Pido la palabra y, dirigiéndome a Gil Lázaro, le pregunto '¿es verdad que me dejaste 7 millones de pesetas colgados?' 'Sí, señor'. '¿Es verdad que yo hablé con Bárcenas en Madrid y me autorizó a que no pagara el 10%?' 'Es verdad'. 'Entonces, ¿es anormal que no paguemos el 10%?' 'No, no'. 'Gracias. Terminado esto, te pregunto, Agramunt, mi querido amigo: ¿Tú no entraste aquí diciendo que traías 100 millones de pesetas y que el partido había de estar ya completamente desahogado? ¿Dónde están los 100 millones?' 'Hombre, hombre, hombre...', contestó. 'Bien, todo solucionado', añadí. Eso es lo que yo saqué del partido, un infarto y 7 millones de deuda. Y a pesar de todo eso ganamos".

Portavoz popular en el Ayuntamiento de Valencia hasta 1991, hizo una dura oposición que allanó la victoria de Rita Barberá. Luego, en las Corts, convirtió los incendios forestales en un problema político que facilitó el triunfo de Zaplana. ¿Cómo es que no le han hecho un monumento?

¿A mí? No, eso no es normal. La política es el presente, lo otro es historia. Y la historia es para los historiadores. El político está embebido de sus problemas del presente.

Martín Quirós hace su balance. "Encabezamos la segunda transición valenciana. La primera fue la batalla de Valencia. Cuando llegamos, todo era socialismo. Y cuando me fui, todo es Partido Popular", explica. "Fue una labor muy dura y difícil. Los dos que encabezamos esa batalla, Vicente González [ex presidente de Unión Valenciana] y yo acabamos igual, en un quirófano, porque las coronarias no resistieron". A su juicio, en esa época hay dos fases, una, en la que, dice, se venció "al catalanismo imperante, a la izquierda radical", entre el 83 y el 91, y otra, "la constitución de la política de bipartidismo", que reconoce a Eduardo Zaplana, ex presidente de la Generalitat entre 1995 y 2002. "Lo hace de forma magistral, con un estilo muy peculiar, dando cobijo a los desheredados del socialismo y con la absorción de UV en la Generalitat y el Ayuntamiento". "Después de eso, el PSPV se queda sin proyecto. No tienen nada que ofrecer concreto, son anti-PP".

Médico anestesista, especialista en reanimación, insufló oxígeno a la derecha en los peores momentos. Luego Zaplana no lo aupó a ningún puesto de relumbrón. ¿Decepcionado?

En la política no puedes tener decepciones. Cuando entró Zaplana, lo vimos todos muy claro, Valencia-Herzegovina. Valencia estaba en manos de Alicante. Se vio bien claro que venían a hacerse con el poder, que Alicante es la que iba a mandar y que iban incluso a ser hasta crueles con [el partido en] Valencia. Si hubieran podido poner un alcalde alicantino para Valencia, lo habrían puesto. Y en este contexto, Lizondo, Unión Valenciana, a cambio de la presidencia de las Corts y dos conselleries, entregaron todo su futuro. Si en 1991 UV hubiera sacado un concejal más que el PP en Valencia [con lo que el alcalde habría sido Lizondo y no Barberá], esto sería hoy Navarra. El voto del ayuntamiento habría tirado de la Generalitat.

Zaplana se apoderó de todo. Los de UV eran 'killers' políticos. Y Zaplana quería 'killers'. Gente que dijera '¿aquí a quién hay que matar?'. 'Pues pum, pum'. '¿Por qué?' 'Ah, no lo sé'. Entendí perfectamente que había llegado la hora de Alicante. En cierto modo hacía falta porque esa especie de resentimiento alicantino yo lo comparaba al resentimiento valenciano con Madrid y tampoco estaba mal que Alicante tuviera su injerto.

¿Ni un premio por su labor?

A mí no, porque sabía que yo no soy sumiso. Zaplana exigía un trato directo de cumplimiento sin preguntas. Tomaba las decisiones de todo. No se movía una hoja del árbol, como dice el Evangelio, sin su permiso. Se cargó a un conseller, [José] Sanmartín, porque destituyó a un director general, Lifante, sin decírselo a él. Me puso como secretario de las Corts Valencianes, donde pude desarrollar una labor, más acorde además con mi edad. Pero [en enero de 2002] cuando veo que ya no sirvo para nada, me siento con él una tarde dos horas y media, a calzón quitado, y nos decimos todo lo que hay que decir. Ahora, él se portó bien conmigo. Me dijo 'si te dejas la política y no tienes nada... no te respetarán. ¿Por qué no te haces cargo del Movimiento Europeo, que mi suegro se lo va a dejar?'" Me buscó un empleo, en Gas Natural, y asumí la presidencia del Movimiento Europeo, que aún tengo. Él se preocupó, cosa que no es frecuente ni corriente en un político, de uno que deja la política. Como político, es excepcional. Es un monstruo de la política, hay que reconocerlo. Un luchador.

Camps no ha tenido ningún gesto hacia usted.

Yo estoy ahí. Cuando quiera, si se acuerda de mí, aquí estoy.

¿Decepcionado?

Yo me alegro de ver dónde ha llegado. Si piensa en mí para algo algún día, que no es lo más probable... a los 81 años ¿en qué se ha de pensar? En una necrológica muy ilustre, cuatro o cinco esquelas muy grandes [se ríe].

Antes, en el panorama de estos años que ha dibujado, ¿qué papel otorga a Camps?

Camps es un hombre con una imagen espléndida, muy sensato, muy tranquilo y sé, porque he vivido con él, que es de una honestidad absoluta. Lo que ha hecho es mantener... porque heredó un gran endeudamiento de Zaplana. Zaplana puso en el mapa a Valencia pero eso requería una inversión brutal como la hizo él. Eso lastró las inversiones, y es lo que heredó Camps. Luego hubo un problema de enfrentamiento entre Camps y Zaplana, de forma que estuvo prácticamente lastrado en la primera legislatura por problemas internos. Y cuando se puede mover un poco, le salen las chaquetas, pero ahí tira hacia adelante. ¿Qué hizo Camps? Una cosa muy importante es que ha pacificado la universidad.

Volviendo al pasado, en 1991 no optó a Valencia. ¿Perdió la oportunidad de ser alcalde?

No, no, aún estaría allí sin poder vivir. La gente dice 'es que tú te fuiste porque creíais que perdías otra vez'. No. Míralo tú [Enseña recortes de un periódico con una encuesta que le daba al PP 10-11 escaños, igual que al PSPV y por delante de UV]. A mí me dijeron en Estados Unidos que si no eliminaba el estrés, en siete años volvería a ser operado. Renuncié por la salud. Valencia podía haber cambiado ya en el 87 porque AP, UV y CDS juntos ganábamos. Pero ni Fraga se enteró de la importancia de Valencia ni Suárez tampoco. Luego, cuando dimite Pérez Casado [en diciembre de 1988], vuelvo a plantearlo y tampoco los recibe Suárez.

Al renunciar, busco al que creo que va a ser mi sustituto, [el notario] Carlos Pascual y hablo con él. 'Me dejo la alcaldía y sé que ganamos', le digo. "Si fuera la Generalitat, Martín...", me contestó. Entonces María Consuelo Reyna [ex directora de "Las Provincias"], junto con Aznar, convencen a Manuel Broseta para que sea el candidato. Pero él, como no tenía las encuestas que tenía yo, creía que perdía y dijo que no. Si hubiera aceptado, no habría estado en el sitio donde ETA le pegó dos tiros. Al negarse se quedó de catedrático y lo asesinaron. La vida es así.

Era el portavoz local cuando la policía detuvo al concejal Salvador Palop. ¿Qué supuso para usted el caso Naseiro, de presunta financiación ilegal del PP?

Me quitó la ilusión de la política. Es absurdo que alguien pudiera intentar una maniobra económica a espaldas mías, que era el portavoz. Además, nosotros sólo éramos 7 concejales y para aprobar cualquier cosa habrían hecho falta otros 10 votos [de otros partidos]. Y eso no sale a relucir. Lo demás eran pecados, veniales o mortales, pero sólo de pensamiento, no de obra.

Ahora Camps está envuelto en el caso Gürtel. ¿No aprendió el PP de sus errores?

Aquí hay un fandango de no sé qué de cuatro trajes... Un hombre que ha manejado veinte o treinta billones de pesetas no se mete en unos trajes. ¿En qué cabeza cabe? Y luego, yo he oído a mi gente por teléfono, la alegría con la que se habla, y todo el mundo en privado, yo también, habla... si eso luego se reproduce en un papel todos seríamos iguales. Ni los cardenales, viendo qué Papa escogen...