Entre tubos de metal y de madera, reglas de mil tamaños, planos, teclados y cajas trabaja cada día en Torrent, desde hace un cuarto de siglo, un equipo de artesanos que son herederos de los grandes maestros que dejaron su nombre grabado en los órganos más valiosos que se conservan en la Comunitat Valenciana. Su trabajo, en todo este tiempo, ha supuesto recuperar un oficio y una forma de trabajar que pervivió durante siglos y desapareció tras la Guerra Civil. Durante el franquismo era la Organera Española SA (OESA) la encargada de construir estos preciados instrumentos para reponer todos aquellos que se habían destruido en los templos, junto con otro patrimonio religioso. No se conocen en esa etapa organeros valencianos.

Frente al uso del sistema electroneumático con el que se construyeron durante la dictadura, Juan Bautista Díaz y José Luis Berenguer —este último hoy jubilado— apostaron desde sus inicios por recuperar las formas históricas: el funcionamiento mecánico, con el que se consigue un sonido más personal y auténtico, el que tienen los grandes órganos del siglo XVIII de toda Europa.

A lo largo de casi 25 años, de sus manos han salido 31 nuevos órganos y además han restaurado o reparado otros ocho. El primer encargo fue el de la Vilavella, que financió la familia Monlleó de Nules. Tenía dos teclados, 56 notas y doce registros.

Fascinación por el sonido

El proyecto había nacido un tiempo antes cuando Juan Bautista Díaz y José Luis Berenguer eran estudiantes de música en el Conservatorio Superior de Valencia. Allí conocieron al catedrático de Órgano, Vicente Ros, quien logró despertar en ellos auténtica pasión por este complejo instrumento. «Sentimos fascinación por su sonido y por todo el entramado del órgano. Es posiblemente el instrumento más completo. Hay que pensar que alberga sonidos tan distintos y simultáneos que se aproxima a la orquesta», explica Juan Bautista Díaz.

Para aprender, lo hicieron también a la antigua usanza ya que no había estudios específicos ni tampoco hoy los hay. Sólo en países como Alemania existe la formación reglada para organeros. Iniciaron su aprendizaje en el taller del maestro organero Gabriel Blancafort, en Collbató, en la provincia de Barcelona, uno de los de mayor reputación del siglo XX. Cuando consideraron que habían adquirido la formación necesaria y tuvieron su primer encargo, fundaron su propia empresa. Primero se instalaron en la calle San José y luego pasaron a Virgen del Buen Consejo, donde están hoy. También tienen un taller en Hondón de las Nieves, cerca de Aspe, a raíz de incorporarse al equipo un organero de allí. «Este oficio es como el del compositor de una melodía; cuando te viene una idea a la cabeza tienes que plasmarla en planos porque después se olvida», explica Díaz. No en vano, la oficina del taller tiene archivados decenas de planos, bocetos y apuntes, no sólo de órganos que se han construido sino de proyectos que un día quieren que sean realidad.

Sus clientes son iglesias, conservatorios de música y auditorios. Están a punto de culminar un órgano para la basílica de Sant Jaume de Algemesí, con 3.547 tubos, el más grande que han fabricado, y tienen el encargo de restaurar el de la Basílica de los Desamparados de Valencia, así como construir uno para Torrevieja.

De 12.000 hasta 400.000 euros

En cuanto al precio, depende de la complejidad: desde los 12.000 euros del más sencillo a 400.000 que podría costar uno con cuatro teclados y 4.000 tubos. También construyen órganos portátiles para grupos de conciertos y disponen uno que alquilan a estas formaciones. Además, en casi 25 años han realizado ocho órganos para particulares y los han mont ado en sus casas.

En cada creación cuidan todos los detalles, con la ayuda del equipo que han formado y los avances técnicos. No obstante, siguen admirando a los maestros que trabajaban en condiciones más precarias y tenían que trasladar las piezas en carro de una ciudad a otra. Mencionan a Salanova-Userralde-Grañena, de referencia en el siglo XVIII, el de mayor producción en Valencia; a Martínez Alcarria, del XIX; al francés Alberto Randeynes, que se afincó en la zona algo más tarde, y a su sobrino, Pedro Palop, el último organero valenciano antes de la Guerra Civil, un conflicto que se cebó con las creaciones de todos ellos. «Y no sólo entonces, en el franquismo la incultura llevó a destruir muchos que se veían como cosas viejas», matiza Díaz.