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Una mujer de la localidad valenciana de Caudete de las Fuentes, María José Solaz Viana, de 36 años, afectada desde niña por una ataxia degenerativa que le produce desde hace diez años una discapacidad de grado legal máximo, reza todos los días dos horas a solas en su parroquia para pedir a Dios, entre otras cosas, "poder llevar la cruz de las personas que sufren" y en acción de gracias por "la belleza de mi vida". De ese modo, "me ofrezco al Señor" para que remitan "los males de quienes sufren y me piden que ore por ellos" o, "al menos, para que encuentren alivio", explicó María José, quien vive con sus padres, según informó ayer la agencia Avan.

María José recibió la noticia de su enfermedad con 9 años "cuando tomé la Primera Comunión" y precisa que "el último día que pude andar por mí misma fue el de mi Confirmación", con 15 años. En los meses siguientes, su musculatura se fue atrofiando como consecuencia de la enfermedad que le afecta ya a todo el cuerpo. En 1995, su grado de discapacidad era del 95 por ciento, según los estudios médicos que se le hicieron, y hace ya una década llegó al cien por cien. Además de no poder mover apenas parte alguna de su cuerpo, desde hace años padece graves dificultades para oír, ver y, sobre todo, hablar. A esta mujer le resulta especialmente difícil su creciente incapacidad para utilizar el ordenador. Con él escribe, fundamentalmente, reflexiones y meditaciones, la mayoría de ellas espirituales y dirigidas a Dios.

En 1999, María José publicó, además, "Y a veces, VenusÉ" un libro recopilatorio de algunas de sus poesías así titulado porque ese planeta "es lo que más brilla en la noche, como el Señor, el lucero que me despierta cada mañana". En la actualidad, el avanzado estado de su enfermedad hace que "apenas pueda escribir ya", pero "lo poco que escribo es muy gratificante para mí".

Como consecuencia de su enfermedad degenerativa, una ataxia de Friedreich que afecta progresivamente a su sistema nervioso y muscular, María José permanece desde hace dos décadas en una silla de ruedas. Durante los primeros años, utilizó una silla convencional ya que ella misma podía desplazarla. Con el paso del tiempo, tuvo que cambiarla por una eléctrica, que al principio también manejaba autónomamente pero, desde hace unos años, debe ser trasladada siempre por otra persona.

A pesar de la magnitud de sus problemas, afirma que "lo más duro" para ella está siendo la soledad que nota por su creciente dificultad para conversar. También encuentra "alivio" a sus dolores intensos "mirando el crucifijo".

Los padres, Pepe y María Luisa, de 73 años, se encargan de María José. El padre, campesino durante toda su vida, tuvo que vender sus tierras para dedicarse por completo a su hija. Cuentan con ayudas económicas de la Administración pero, en palabras de María Luisa, lo que "nos mantiene en pie es, sobre todo, la fe".