Para los que acompañan a una persona en su larga enfermedad

Ya sé qué hay después de la muerte. Lo sé porque ha muerto mi hijo pequeño. Y después de la muerte, de su muerte, viene la vida. La vida de los demás. Viene aprender a vivir con su ausencia. Volver a aprender a vivir.

Sobreviene una gran tristeza y angustia, ahogados en la medicación. Pero si lo has dado todo por él, también sobreviene mucha paz. Y felicidad en la tristeza. Un binomio que parece imposible, pero ahora sé que es compatible.

Nos dicen que el camino va a ser largo. Cierto. Nos queda toda una vida. Nos dicen que va a ser más duro. No estoy de acuerdo. ¿Puede haber algo más duro que ver a tu hijo morir en tus brazos?

¿Cómo será ese camino que, dicen, nos acecha? ¡Será como queramos que sea!

Unos dicen que lo vamos a pasar muy mal. Yo no quiero. Yo ya lo he pasado muy mal. Por qué voy a tener que seguir pasándolo muy mal. Voy a pasarlo bien, me digo. Otros dicen que, probablemente, caigamos en un pozo oscuro. No hay ningún pozo oscuro en mi casa. En esta casa hay un hermano mayor con mucha pena de no tener a su hermano, pero feliz. Hay un papá con mucha pena de no tener a su hijo, pero tranquilo por el deber cumplido. Hay una mamá con mucha pena, pero satisfecha por el amor dado. En esta casa hay la felicidad de siempre.

Me da miedo que se cumplan los pronósticos. Que el salón o la cocina se transformen en ese pozo. Poco probable. Todo seguirá igual. Seguiremos trabajando, viviendo, queriéndonos, queriéndole. Tal vez ese pozo se encuentre a la vuelta de la esquina. Poco probable. En el banco o en la tienda de zapatos, o en casa de mis amigos. Poco probable. Allí todo seguirá igual. Compraremos, gestionaremos, y en casa de los amigos disfrutaremos. Tal vez ese pozo se encuentre en casa de nuestros familiares. Poco probable. Allí todo seguirá igual. Habrá alegría, amor, también tristeza por las ausencias, pero paz. Tal vez esté en el cine o al salir con los amigos. Poco probable. En ellos encontraremos evasión y diversión.

El otro día leí en una bolsa de papel un cuento indio. La llevaba una persona por la calle. En él, un abuelo hablaba al nieto. El abuelo decía que en su interior guardaba dos lobos en plena lucha, uno con ganas de devorar a alguien, y otro lleno de amor. El nieto preguntó: "¿cuál de los dos ganará, abuelo?" El abuelo respondió: "Aquel al que yo alimente". Así que voy cuidar mi alimentación. Voy a alimentar mi corazón con más amor, queriendo a los que me quieren. Voy a alimentar mi mente con ilusiones. Mi alma, con el recuerdo de mi hijo muerto. A mi familia con alegría. Vamos todos a alimentarnos de los maravillosos ratos compartidos con él. Y de nuestro día a día.

Tenemos mucho trabajo y hasta suena divertido.