Aunque sin el glamour del mayo francés o la fama de la resistencia estudiantil antifranquista espoleada Al vent de Raimon, también el BEA tiene su leyenda. Empieza una tarde de finales de febrero de 1984 en unos barracones subterráneos situados detrás del colegio mayor Lluís Vives de Valencia. Allí se reúnen trece estudiantes de la Universitat de València. Hartos de una institución con una imagen y un funcionamiento tardofranquista, quieren participar en la transformación de aquella Universitat y conseguir en ella lo que la Batalla de Valencia había impedido en la sociedad y la política.

Los trece deciden impulsar una asociación de estudiantes. Jordi Peris, uno de los presentes en aquella reunión, sintetiza el objetivo acordado en aquel último y anacrónico contubernio. «Queríamos ser la organización de estudiantes que formaría parte del movimiento de transformación de la Universitat heredada del franquismo, y lo haríamos desde la fidelidad a la idea de País Valencià para que la Universitat fuera un lugar referente, simbólico y real, del uso de la lengua».

El objetivo estaba fijado. Pero hacía falta un nombre. Allí mismo, Albert Pineda tuvo la idea: se llamaría Bloc d´Estudiants Agermanats. «Bloc», en consonancia con el Bloc per una universitat progressista, moderna i valenciana que ya lideraban algunos profesores de la Universitat. «D´Estudiants», porque la organización sólo aglutinaría alumnos. Y «Agermanats», porque en aquella reunión subterránea había trece personas, el mismo número que en la Junta dels Tretze que dirigía, en la Valencia del siglo XVI, la revuelta de las Germanías protagonizada por las clases populares valencianas contra el poder establecido. Era un bautismo emborrachado de historia que tal vez pecaba de juvenil. Pero era toda una declaración de intenciones.

Un estudiante en el gobierno

Mitos y simbolismos al margen, ahí empezó a fraguarse la irrupción del BEA. Unas semanas después, en las trascendentales elecciones de 1984 al claustro constituyente que iba a remodelar la Universitat de València y adaptarla al nuevo marco legal, el BEA tocó poder y accedió a los órganos de representación y gobierno. A partir de ahí podría empezar a desmenuzarse la historia en mayúsculas. Como la de Vicent Martínez, el primer estudiante de España que formó parte de un equipo rectoral universitario en 1984 y que ahora, como director del Observatori Astronòmic de la Universitat de València —hizo carrera en la casa— afirma que «fue muy importante que los estudiantes participáramos en los órganos de decisión y contribuyéramos a darle a la Universitat un contenido más social, progresista, democrático y de defensa del valenciano». A él le sustituyó, ya como vicerrector de Estudiantes —una figura que ahora sería ilegal— Joan Carles Martí, actual director del diario Superdeporte. Pero más que a los grandes hitos, es mejor asomarse, de la mano de sus antiguos miembros, a los pequeños detalles con los que el BEA transformó la Universitat y la convirtió en faro valencianista.

El actual líder del Bloc, Enric Morera, que fundó el BEA de la Facultad de Derecho junto con Ximo Bosch (actual portavoz de Jueces para la Democracia), destaca su esfuerzo para conseguir suprimir las ignominiosas borregades a los novatos. «Yo todavía conocí las mil putadas que les hacían a los estudiantes de primer curso por las facultades: los desvestían, les arrojaban huevos, los humillaban… Desde el BEA, con el apoyo del equipo rectoral, conseguimos eliminar aquello y reconvertirlo en la Festa de Benvinguda», explica.

Morera recuerda que enfrente de aquella iniciativa y de tantas otras se erigía el sindicato Alternativa Universitaria, la organización anticatalanista liderada por Juan García Sentandreu, el actual presidente de Coalició Valenciana. Aquello era un continuo choque de trenes. «Ellos no eran de derechas, sino directamente fascistas que incluso utilizaron música filonazi, de la película Cabaret, en una campaña electoral», dice.

Un ex miembro del BEA —que pide el anonimato— recuerda una imagen imborrable de aquel veinteañero Sentandreu: «Engominado y con el pelo hacia atrás como José Antonio Primo de Rivera, del que se confesaba admirador, entró en la fotocopiadora del rectorado de La Nau y me dijo que se negaba a hablar conmigo en valenciano en la universidad porque él ´sólo hablaba valenciano con los labradores de la huerta´. Para eso querían ellos el valenciano, para la huerta. Mientras que nosotros queríamos que se usara en la universidad».

«Catalán» en los estatutos

Ésa era otra batalla del BEA: la lengua, su nombre y su uso. Toni Gisbert, que ahora es coordinador de Acció Cultural del País Valencià y que fue claustral del BEA a mitad de los ochenta, subraya la importancia de los agermanats para que la Universitat de València admitiera la denominación académica de «llengua catalana» en el preámbulo de sus nuevos estatutos. «Era un momento en el que la derecha estaba crecida y nos intentaba acobardar para que renunciáramos al nombre de català. En el BEA entendimos que aquella batalla era vital. Y mientras los abogados de la universidad respondían jurídicamente a los recursos en contra, nosotros encabezamos una campaña de sensibilización social en favor de la unidad lingüística que resultó decisiva», señala Gisbert.

En parte fue posible por la fuerza que le confería actuar como un bloque. El actual presidente de Esquerra Republicana del País Valencià y ex diputado en el Congreso, Agustí Cerdà, destaca que «en aquel momento en que la Universitat pasaba de una legislación franquista a su versión democrática y autónoma, el BEA supo encontrar un mínimo común denominador que recogiera a todas las fuerzas de la izquierda y el nacionalismo en un magma, similar a las Juntas Democráticas de la Transición, donde cabían desde el actual alcalde del PP en la Llosa de Ranes hasta la Liga Comunista Revolucionaria. Era un movimiento unido». Luego ya surgieron otras opciones más definidas y el propio Agustí Cerdà fundó en 1987 la Assemblea d´Estudiants Nacionalistes que antecedió a la independentista SEPC.

Pero sería injusto encasillar al BEA en batallas esencialistas, simbólicas y maximalistas. Ante todo, subraya Rafael Company, la asociación buscó el pragmatismo «para conseguir que el valenciano fuera la lengua de uso preferente y que aumentara la docencia en la lengua propia» en una época en la que, según afirma Jordi Peris (cofundador del BEA y ahora profesor de instituto en Quart de Poblet), «en algunas facultades parecía más fácil escuchar el Cara al sol que oír a un catedrático hablar en valenciano».

El alumno que diseñó el escudo

Sin embargo, la aportación del BEA no se limitó a la promoción de la lengua. Rafael Company, coautor del famoso Document 88 y tercerviísta del valencianismo que trabaja en el Muvim, fue uno de los trece fundadores del BEA y se encargó en 1984 de rediseñar el escudo de la Universitat de los cinc segles gracias a sus conocimientos de heráldica. «Quitamos a la Inmaculada Concepción que figuraba en el escudo tradicional, rechazamos la propuesta de introducir el escudo real del monarca de Aragón y decidimos que la medalla de la Universitat conservara el diseño original con los escudos de la ciudad de Valencia, del papa Alejandro VI y del rey Fernando el Católico, y las inscripciones de ambos monarcas».

Es tan sólo uno de los múltiples detalles en los que intervino el BEA. Porque ése ha sido otro de los signos más característicos del colectivo: la participación. Como resume Eduard Ramírez, director de la revista Caràcters que está preparando un libro sobre los 25 años del BEA, los agermanats han destacado por asumir responsabilidades en la gestión. «Han tenido capacidad de negociación y de acuerdo y, lejos de querer ser antisistema y quedar como los más auténticos, han trabajado siempre con la conciencia de avanzar».

Como experto en aquel movimiento, Ramírez destaca algunos méritos del BEA: «Supo estirar al máximo las prerrogativas de democratización y participación estudiantil que permitía la Ley de Reforma Universitaria de 1983 hasta el punto de conseguir que un alumno fuera nombrado vicerrector de Estudiantes. También reivindicó el uso del valenciano desde la naturalidad y las espontaneidad y en ello ejerció una gran influencia en la institución. Fue punta de lanza en la defensa de los servicios a los estudiantes: la evaluación a la docencia, las asesorías jurídicas o psicológicas, la oferta cultural… Eran servicios que inició el BEA y que luego tuvo que asumir como propios la Universitat. Y, cómo no, destacó por ser una organización incontrolable desde fuera, que nunca fue domesticada por ningún partido político como los otros sindicatos».

Fin de la «parodia del 68»

Aquella despolitización, en el sentido partidista, supuso un punto de ruptura. Toni Torregrossa, ahora guitarra del grupo Urbàlia Rurana y presente en los principios del Bloc d´Estudiants Agermanats, asegura que «hasta la aparición del BEA, las asambleas de estudiantes eran una cosa desastrosa. Intervenía gente vinculada a los partidos que iba allí a entrenarse como políticos. ¡Era una parodia del Mayo del 68 francés!». «Ésa —remarca el guitarrista— es una de las mayores satisfacciones que yo guardo del BEA. Que las asambleas eran prácticas, con objetivos concretos y muy claros, y no se iba a perder el tiempo. Eso sí: siempre teníamos la intención de fondo de crear País».

Precisamente eso agrandó su dimensión pública. El BEA recibió los ataques de la caverna mediática valenciana en los duros años ochenta. Las urnas habían dado en 1979 la espalda al valencianismo más significado. El Estatut d´Autonomia de 1982 había supuesto una bofetada para el nacionalismo. «Éramos los perdedores de la Transición y la Batalla de Valencia», resume Rafael Company. Y la explosión del BEA y su liderazgo fue, como alguien ha dicho, «la primera victoria del valencianismo en el mar de derrotas de la Transición». Fue un triunfo de democratización universitaria, participación estudiantil y exaltación valencianista. Un buen homenaje póstumo a los revolucionarios agermanats.

La lucha actual: «Más valenciano y menos elitismo»

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Aunque los mitos ayudan, ninguna organización sobrevive sólo del pasado. Aquel Bloc d´Estudiants Agermanats de mediados de los ochenta, que tenía casi todo el poder estudiantil, se desgajó pronto en varias organizaciones y poco a poco perdió la hegemonía universitaria. En la actualidad, el BEA es la segunda fuerza en la Universitat de València con 15 claustrales de 75, por detrás de los 21 claustrales de Campus Jove (vinculado al PSPV), que también se lleva la mayoría de delegados. Su ideario sigue siendo el mismo: «el valencianismo de izquierdas y democrático». Pero los objetivos se reformulan.

Marc Xelvi, actual secretario general del colectivo de agermanats y estudiante de Empresariales y Sociología-Ciencias Políticas, fija cuatro metas. «Primero, avanzar en la participación de los estudiantes en el gobierno de la Universitat porque aún es testimonial». En concreto, 75 estudiantes en un Claustre de 300 representantes, y 5 alumnos en un Consell de Govern de 50 miembros. «Segundo —prosigue Xelvi—, el uso del valenciano se ha quedado estancado por la autosatisfacción de ser la universidad valenciana que más lo usa. Pero necesitamos un plan de implementación porque corremos el peligro de que, con Bolonia, el valenciano pase a ser una lengua de tercera por detrás de castellano e inglés. Tercero, hemos de luchar para que el mercado no sea el único referente de la formación universitaria, ya que corremos el riesgo de perder la vertiente de la formación personal y de valores. Y cuarto, hay que trabajar para que no se imponga un modelo elitista de Universitat con la entrada de los másteres de pago».