Paco Cerdà

valencia

Dijo Joan Fuster: "El País Valencià serà d'esquerres o no serà". Ahora, el valencianismo llamado de conciliación ha reformulado aquel axioma y viene a sostener que el País Valencià será sin Fuster y el fusterianismo, o no será. La idea parece cruel y remite al concepto freudiano de matar al padre. Pero así, como una puñalada -una más- al ideólogo del valencianismo catalanizante debe entenderse el libro coral Vida amunt i nacions amunt. Pensar el País Valencià en temps de globalització (editado por la Universitat de València), cuya segunda edición ampliada se presenta hoy en Valencia. El prólogo -firmado por los editores de la obra, August Monzón, Joan Alfred Martínez i Seguí y Manuel Lanusse- ya alerta de las intenciones del volumen: "Hace falta tanto revisar los proyectos más radicales del catalanismo político en el País Valencià, como profundizar en la identidad valenciana en clave de nacionalidad histórica", porque "la taxativa definición nacional catalana del pueblo valenciano que efectuó el escritor de Sueca a principios de la década de 1960 es al mismo tiempo apriorística e impracticable".

Entonces, a on tirem? La riproposta valencianista es simple: bajar del mundo de las ideas y conectar con la realidad. La "agonía de los postulados de cuño fusteriano, llamados urgentemente a una reevaluación o aggiornamento si sus defensores no quieren perder el pulso de los cambios históricos en marcha", señala el prólogo, obliga al valencianismo a "establecer de nuevo una conexión con la identidad regional vivida con tal de reapropiársela y hacer posible así una concienciación nacional de los valencianos, viable y no quimérica". Más claro aún: se han de "preservar las señas de identidad cercanas al sentimiento de valencianidad más llano de muchos de nuestros conciudadanos, que a menudo han sido manipuladas y reducidas a puro folklore", y "acrecentar el sentimiento de pertenencia a la nación valenciana" sin romper lazos con Cataluña, "el ámbito Hispánico" (una de las claves) ni Europa. Es decir: sí a las fallas y a España.

La treintena de artículos que completan el libro (547 páginas) recorren los ámbitos de la lingüística, la literatura, la filosofía, la economía, la política o el derecho. La mayoría de páginas del libro destilan esa pretensión desterradora, casi exorcizante, del homenot de Sueca. El catedrático Vicent Soler, por ejemplo, sostiene que "es profundamente letal [para la cohesión valenciana] centrar el debate identitario en torno a la catalanidad o no de los valencianos". En el artículo de Ramir Reig se hallan los mismos ecos: "la vía fusteriana -dice- se ha revelado incompatible con el valencianismo de masas" y su postura es "completamente ajena" al sentir de la mayoría de valencianos. Josep Solves añade que "el pancatalanismo fusteriano y el blaverismo de los años 70 y 80 son excentricidades" en la sociedad valenciana mayoritaria. También Vicent Franch reprende el "nacionalismo anclado en las viejas lealtades fusterianas, dogmático hasta el desvarío".

¿Es un ajuste de cuentas? El epílogo del libro, del Grup d'Estudis sobre Personalisme i Cosmopolitisme, así parece sugerirlo. El legado nacionalista de Fuster, afirma el texto, constituye "un fruto amargo de Almansa", porque su "rigidez", se pregunta, "¿no viene a coincidir, en el fondo, con las ideas francesas y los procesos uniformizadores que Felipe V representaba en aquellos momentos?". La respuesta es "afirmativa", por la "ruptura" de Fuster "con la tradición anterior (foralista y valencianista), su distanciamiento respecto a los sentimientos populares, su militancia racionalista y tendencialmente atea y su despotismo ilustrado". Así se presenta la versión valencianista del fuego amigo.