­La escena tiene ecos medievales y cierto aire masónico. Un grupo de casi setenta hombres introduce bolas blancas y negras en dos bolsas, una de votación y otra de rebuig. El sufragio, de carácter secreto, va a decidir si se autoriza o no el ingreso del enigmático aspirante a esta selecta asociación. Se necesitan dos tercios más una de bolas blancas para conseguir la admisión en el club. Sólo se valorará una cuestión: la trayectoria del pretendiente en la defensa de Valencia y del valencianismo, entendido a la manera tricolor (léase blavera).

Si hay fumata negra —cosa que sucede entre un 20 y un 30% de casos—, su nombre será olvidado en el baúl de la historia. Pero si consigue el quórum necesario, el solicitante dará el primer paso para formar parte del Insigne Capítul de l´Almoina de Sant Jordi dels Cavallers del Centenar de la Ploma en Valencia, la entidad heredera de la mítica compañía de cien ballesteros —organizados por decenas— que la leyenda atribuye a Jaume I pero que en realidad fue instituida en 1365 por Pere IV el Cerimoniós. La principal misión de aquella milicia medieval era escoltar y proteger la Senyera de Valencia.

Hoy, si el postulante logra superar el filtro inicial de los diez caps de dehena y luego recibe la mayoría cualificada del Capítul General en la votación de las bolas, el rito proseguirá con el juramento de ingreso. Arrodillado ante el Lloctinent General del Centenar de la Ploma y tocado por su espada en el simbólico ambiente del Monestir de Santa Maria del Puig, el candidato tocará unas espuelas de oro como símbolo de su renuncia al dinero y jurará sobre los Evangelios defender la identidad valenciana: su historia, su cultura, su lengua, su Senyera. Todo ello, también, en la versión tricolor (secesionismo lingüístico, anticatalanismo, etc.).

En ese momento, el aspirante recibirá el anillo de esta hermandad de caballeros y un collar compuesto por veintiún eslabones alternados de cruces de Sant Jordi y de escudos de Valencia, unidos por la efigie del santo, del que prende una cruz puesta sobre un anillo y una pluma de plata con la leyenda «In te, Domine, speravi; non confundar in aeternum», emblema del antiguo Centenar de la Ploma y últimos versos del Te Deum, cuya música cierra el acto de investidura. A partir de ese instante, el neófito quedará encuadrado en una de las diez dehenes del Insigne Capítul y se convertirá en cavaller del Centenar de la Ploma, la milicia abolida tras la desfeta de Almansa en 1707 y recuperada de forma simbólica en 1982.

Todo ello ocurre en Valencia cada mes de abril cuando se acerca la festividad de Sant Jordi, antiguo patrón del Regne de València y que daba nombre oficial a esta milicia medieval nacida como Centenar del Gloriós Sant Jordi (pero que pronto se conoció como Centenar de la Ploma por la pluma de garza que coronaba los cascos de los ballesteros). Ellos se presentan como los defensores —sin armas— de las esencias valencianas en el siglo XXI. Aparte de la solemne fiesta de Sant Jordi, participan con sus chaqués o sus fracs (según vayan de gala o de gran gala) en las procesiones de la Geperudeta y del Corpus. Además, la víspera del 9 d´Octubre celebran misa en la capilla extramuros de la Catedral de Valencia donde se cree que Jaume I presenció la primera misa en Valencia y de la que ellos tienen la guardia y custodia.

Hasta aquí, todo muy pintoresco y atávico, pero con un punto de lógica histórica. Más extraño ya es el caso de la dehena que el Centenar de la Ploma tiene destacada en Barcelona, más antigua todavía que la de Valencia y sin conexión con ésta. Fue fundada en 1951 (aunque registrada en el año 2000) por valencianos afincados en Cataluña con morriña de la terreta y cierta nostalgia por el pasado foral del Reino de Valencia. Los requisitos para entrar son tres: haber nacido en el territorio de la antigua Corona de Aragón, tener una moral intachable y demostrar entusiasmo hacia todo lo valenciano.

Para ingresar en la dehena barcelonesa, primero tiene que haber una vacante y, luego, todos los cavallers-ballesters han de aceptarlo por unanimidad de bolas blancas. A partir de entonces, el cavaller-ballester ya puede lucir el uniforme del Centenar de la Ploma catalán: traje negro, capa blanca con el escudo y el casco de Jaume I, y un escapulario con la efigie del rei Conqueridor. En la actualidad son diez miembros. En Valencia hay 68, algunos insignes como el vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial Fernando De Rosa, el diputado popular Rafael Ferrarro, el expresidente del TSJ Juan Luis de la Rúa o el empresario Juan Lladró.

Diferencias ideológicas

Aunque son más antiguos en su refundación, los cavallers de la Ploma de Barcelona son leales a la historia: «Los cavallers de Valencia deberían ser los auténticos, porque el Centenar de la Ploma nació en Valencia. Nosotros tendríamos que ser una de las ramas del cuerpo central», dice el cavaller en cap barcelonés, quien asegura que en el pasado existieron dehenes en Madrid y Montpellier.

Ambos cuerpos mantienen una relación cordial, e incluso hay intercambios de caballeros en los actos solemnes. Ahora bien: la ideología los separa. Los cavallers valencianos son aguerridos representantes del blaverismo que ven «contaminados» de catalanismo a sus compañeros del norte. Los cavallers-ballesters de Barcelona, en cambio, defienden la unidad de la lengua y ven a los cavallers valenciano como «fundamentalistas» excedidos de «radicalismo». Pero aunque sean cavallers de la temible milicia medieval, la sangre no llega al río. Unos y otros prefieren mantener la concordia y reivindicar, cada cuartel a su manera, una voluntad compartida: acordarse de su patria sentimental y mantener vivas sus tradiciones.