El activo de Unió Valenciana está conformado por la militancia (entre 200 y 400 apuntados, según quién dé las cifras), los inmuebles y la marca. De los tres elementos, el que más cotiza es el último, las siglas Unió Valenciana. En especial, porque la formación valencianista no tiene ningún local en propiedad desde que hace doce años la dirección, entonces comandada por José María Chiquillo, decidió, tras quedar fuera de las instituciones, aliviar penas económicas vendiendo los locales de Valencia y Castelló.

La marca es un intangible de difícil peritaje, pero es obvio que UV encarna la quintaesencia del valencianismo tricolor licuado y libre de impurezas. Bien lo sabe un PP que cada vez que llegan las elecciones decide aventar la cuestión identitaria. Si, además, se tienen a mano las siglas UV y, como ha prometido Miralles, la "senyera" que abrigó el cuerpo de Vicente Blasco Ibáñez, las posibilidades son mayores. El secretario general de UV, Lluís Melero, y varios de los militantes y candidatos locales están preparando por ello la estrategia postelectoral para evitar que las siglas registradas en 1982 en el Ministerio del Interior se las lleve Miralles y las sirva en bandeja al PP. Los críticos con el presidente pretenden forzar un consell nacional o asamblea para relevarlo y, de esta forma, que el nuevo presidente sea quien incorpore su nombre al registro como la persona que tiene a su cargo las siglas.

UV fue inscrita el 30 de agosto de 1982 por Vicente González Lizondo, quien acudió con Antonio Edison Valls, Vicent Ortí y Francesc Noguera, tres empleados de su empresa que actuaron como testigos. Como cofundador del partido consta, entre otros, Miguel Ramón Izquierdo, quien se encargó de redactar los estatutos.