Descanse en paz el excelentísimo y reverendísimo señor cardenal Agustín García-Gasco. Su muerte nos ha sorprendido a todos y, precisamente, ha tenido lugar en Roma en los momentos en los que iba a celebrar los faustos dedicado a la beatificación de Juan Pablo II. Es muy rápido, dada la inmediatez de su muerte, emitir un juicio definitivo. La historia será la que dirá la última palabra. Yo, si tuviera que emitir mi opinión personalísima, tendría que decir que no ha sido uno de los mejores arzobispos que ha tenido la sede metropolitana valentina.

Creo que ha vivido una distancia excesiva con respecto a sus sacerdotes, lo cual ha contribuido a una falta de vertebración del mismo clero valenciano. Por otra parte, parece que con los círculos políticos y económicos su trayectoria ha sido suficientemente brillante para que el clero progresista valenciano tuviera dudas acerca del sentido de su pastoral. En general se puede decir que, dentro del clero valenciano, no ha gozado de la simpatía mayoritaria, lo que no quiere decir que haya algún sector que se ha sentido identificado con sus postulados. Ha tenido amistad permanente con la política de derechas valenciana y ha ignorado a la izquierda. Aunque respecto a la disciplina en el clero no ha sido censor duro y sancionador de posturas poco comunes dentro de la heterodoxia reinante, pero nunca sabremos si lo ha sido por desinterés sobre el clero o bien por su carácter poco beligerante respecto a la actitud de algunos clérigos.

En su haber hay algunos elementos que, sin lugar a dudas, han contribuido a su ascenso dentro del escalafón eclesiástico. Por ejemplo, la elección de la Universidad Católica de Valencia (UCV), iniciativa del anterior arzobispo a la cual se opuso inicialmente y a la que luego dedicó sus esfuerzos. También, el Instituto Juan Pablo II, dedicado a temas de familia, que casi todos los obispos españoles rechazaron en sus diócesis y que él aceptó. Otro gran triunfo fue la recepción del Santo Padre en la cual hubo un derroche de medios públicos y privados. Otra cuestión es quién pagó este evento. En el parlamento valenciano aún se lo preguntan.

Fue elegido cardenal hace escaso tiempo y vivía en el seminario valenciano de Moncada sin que los clérigos supiéramos muy bien el motivo, porque ya había arzobispo con mando en plaza.

Una trayectoria compleja que se inició con el cardenal Tarancón cuando lo nombró vicario episcopal en Madrid, posteriormente nombrado obispo por el cardenal Suquía y secretario de la Conferencia Episcopal. Algunos han dicho que la idea de este tándem era desmontar el espíritu taranconiano, que era fruto lógico del Concilio Vaticano II. Habría que añadir que las reuniones que tenía con el clero fueron agradables y todos salían satisfechos. Luego, las expectativas, algunas veces, no se cumplieron. No pertenecía al sector progresista del clero y tenía buen cartel en Roma.

En definitiva, Dios Padre misericordioso lo habrá acogido en el cielo.

*Presbítero y ex director de Saó