A La Academia Valenciana de la Lengua prepara un simposio sobre Josep Piera, el patriarca de la literatura valenciana actual, que desde su atalaya de la Drova ha recibido ya todos los homenajes habidos y por haber, incluido el de su ayuntamiento natal de Gandia, que lo declaró hijo predilecto. Esta jornada se enmarca en un proyecto de estudiar autores vivos y se inauguró con Ferran Torrent.

Por cierto, esta Academia se fundó con la idea de aunar las dos sensibilidades lingüísticas valencianas, y echamos en falta algún reconocimiento para los autores del «lado oscuro». Siempre se homenajea a los escritores unitaristas, y ni se menciona a los de tono «blau». Son modos injustos de tratar a la minoría sometida.

Conocí a Josep Piera un día culminante de la Batalla de Valencia: cuando el profesor Roshental vino a presentar sus traducciones inglesas de Joanot Martorell en la Lonja y González Lizondo nos envió a los cachorros valencianistas a cazar ratas al antiguo cauce del río Turia —era una verdadera selva— para lanzarlas a la cara de los enemigos de la Patria Valenciana. En esa hoguera de surrealismos el verbo dialogante de Piera fue toda una catarsis, y desde entonces mantenemos una relación no demasiado publicitada, pues nuestros respectivos amigos no la comprenderían. Le leo y le sigo, y le he visitado en diversas ocasiones en su paraíso particular de la Drova, mágico paisaje entre la Safor y la Valldigna.

Lo que más me admira de Piera es la enorme devoción que guarda por los poetas arábigo valencianos, desde su decidida incardinación en las coordenadas catalano-baleáricas producto de la reconquista del rey don Jaime. Gran parte de mis informes ante el Centro Islámico de Valencia para documentar el primer milenario del Reino de Valencia fundado por Mubarak en 1009 surgió de sus concienzudos ensayos y sus delicadas traducciones sobre los escritores musulmanes de aquella época, que ciertamente rezuman sensualidad y gozo por la vida.

Pero lo que verdaderamente justifica que le dediquemos un artículo en una sección sobre erotismo valenciano son sus recientes memorias. Allí sí que puede descubrirse a Josep Piera al desnudo. En este libro Piera nos describe como era el despertar a la sexualidad de un joven en un pueblo valenciano entre los años sesenta y setenta de una manera totalmente diáfana. Compendia desde el floreciente desarrollo del turismo en las playas mediterráneas hasta la sencilla naturalidad de la masturbación entre unos amigos en busca de esos misterios que representaban el sexo y el placer, engarzado por una prosa magnífica con amplios ecos de poesía.

Lo más bonito de estas memorias personales es precisamente no marginar lo más personal del individuo, su carnalidad en una etapa tan sensible como la juventud. Consigue Piera transmitir emociones y compartir inquietudes, así como abrir expectativas a una continuación del relato en la que se mantengan las dosis de sinceridad de la trama. Desde luego el vate de Gandia ha sabido heredar y recrear el refinado erotismo literario que cultivaron los poetas valencianos en lengua árabe, convirtiéndose de esta manera en el último morisco.