El poder que se le da a los mítines está sobredimensionado, el impacto no va más allá del que pueda provocar un cartel electoral polémico o un programa político atrevido», así de claro lo ve Jorge Galindo, sociólogo y analista político experto en campañas electorales. Galindo, asesor de numerosos políticos de primer orden, explica que las campañas electorales son, simplemente, «etapas temporales, con un inicio y un final, donde la propaganda de los partidos suba de nivel gracias a una ley que se lo permite». Con ello, para el experto los mítines centrales o los actos de más relevancia no siguen el objetivo de convencer al electorado sino «para no dejar ningún canal de comunicación sin cubrir que puedan cubrir otros partidos». Aunque Galindo admite que estos actos tienen características especiales ya que «se trata de imagen en movimiento donde se puede llegar a conocer o percibir aspectos del candidato que con los carteles es imposible», recuerda que si se tratara de lucir candidato y transmitir, «los debates también valdrían». Por ello, el sociólogo explica que los efectos de los mítines son «mínimos» porque la gente que acude suelen ser «militantes o simpatizantes aférrimos».«Los mítines se realizan, además, para mostrar que el partido y su proyecto está cohesionado y apoyado por la mayoría de la sociedad cuando se muestra la plaza llena y los acólitos detrás del candidato», apunta el analista. Galindo señala que «al mismo tiempo, estos actos sirven para reforzar las creencias de sus militantes ya que se ven rodeados de gente que piensa como ellos y casi siempre pasándoselo bien, como las fiestas de empresas o equipos de fútbol».